Luna de Sangre

7. EL OTRO LADO

Una vez que salió del tronco, Vianet permaneció inmóvil frente al árbol que recién había atravesado, pero ya no había ningún rastro de la cara que vio ni la voz que había escuchado, creyó que solo era un bosque común pero aun así no sabía en que preciso lugar de Ragdarag se ubicaba.

—¿Estás ahí? Dime en donde estoy —preguntó hacia el árbol, pero no obtuvo respuesta—. Por favor, dime a donde me trajiste.

Dio media vuelta y observó todo lo que había a su alrededor. Nada más que un bosque grisáceo, con hojas de árboles secas y ramas tiradas por todo el piso, como si un incendio hubiese arrasado con toda la naturaleza tiempo atrás dejando solamente la muerte y el horror que venía después de un fuego descontrolado. También había una espesa niebla que no le permitía ver más allá por lo que tuvo miedo a aventurarse, estaba segura de que el árbol le había mentido y se sintió mal consigo misma por haber caído en uno de sus engaños.

No tenía idea de su nueva ubicación, no sabía cuánto se había alejado de su hogar, ni como volver. Lo único que sabía era que, sin importar el lugar, la noche a la intemperie era peligrosa, y no sabía si estaba en la zona de los cambia formas o de los vampiros, que muchas veces podían perder el control cuando su animal tomaba el control o había sangre de por medio en el caso de los pálidos de Bloodlaine.

Juntó sus manos y las frotó, de la unión de ellas surgió una brillante luz, alzó las manos y la luz se quedó arriba de ella iluminando su camino. Avanzó con lentitud, cojeando y sosteniéndose de los troncos de otros árboles, pues sus piernas y pies le dolían mucho como para que pudiera caminar con normalidad.

Conforme avanzó, escuchó una voz infantil que cada vez se hacía más clara, tarareaba una canción que ella solía escuchar cuando era niña ya que su mamá se la cantaba tanto a ella como a Geanna. Vianet dejó de caminar, sabía que era una trampa del bosque para atraerla a las penumbras, pero era difícil resistirse a los encantos de las criaturas del bosque que conocían a la perfección la forma de atormentarla por medio de sus recuerdos más bellos. Se cubrió los oídos y pronunció en voz alta:

—No es real, no es real.

Pero escuchaba la canción en su cabeza.

Había una bruja que danzaba en la oscuridad,

Y su fuego la acompañó.

Y la luna brillaba en el cielo azul

Las estrellas oían el son.

Y la bruja cantaba y reía

Mientras los hombres la perseguían

Y una maldición cayó sobre ellos

Cuando él los atacó…

—No es real, no es real—repitió, hasta que ya no escuchó a la misteriosa niña cantando.

Era una de las canciones de cuna más famosas de su pueblo pero que las personas habían dejado de entonar. Una canción en la que se relataba como el sumo sacerdote protegía a las brujas y brujos de Vostarus.

Siguió caminando hasta que encontró refugio en una cueva pequeña sin mucha profundidad y cubierta por el tronco caído de un árbol. Entró en ella y primero se aseguró de que no hubiera nada más ahí y cuando tuvo la certeza de que estaba completamente sola colocó un destello en la entrada para evitar que cualquier criatura de la oscuridad entrara, después se recostó en el húmedo suelo, cerró los ojos y al instante se quedó dormida a pesar de las inclemencias de su situación. Su cansancio era más fuerte que la voluntad de mantener la guardia.

Soñó con su familia, precisamente con Geanna que para ese momento ya debía estar en la academia. En su sueño su pequeña hermana se hallaba en una habitación vacía, acostada en el piso y llorando, Serena estaba frente a ella y sostenía el cuchillo con el que había matado a las otras brujas. Geanna no podía moverse ni siquiera podía gritar, solo brotaban lagrimas que bajaban por sus sienes y se perdían en su cabello castaño.

Vianet abrió los ojos y despertó con una respiración agitada. Se llevó una mano al cuello para tocar el collar que su madre le había dado y al tocarlo pudo sentirse unida a Geanna, aunque fuera por un momento. Eso le dio la fuerza que necesitaba para salir de la cueva y explorar los alrededores pese a que no conocía el lugar, pero sabía que tampoco lograría nada si se quedaba ahí. Reconocía que si se quedaba moriría de hambre, frio o atacada por algunas de las criaturas de la noche o por los espíritus del bosque, porque nadie de su aquelarre la encontraría. Pese a la luz que utilizó en la entrada, ya se había arriesgado mucho al quedarse dormida en el bosque y decidió que no podía tomar más riesgos.

Salió de la cueva con la esperanza de que la niebla ya se hubiese disipado y que así pudiera ver mejor el camino, pero la niebla seguía ahí, como siempre. Alzó la mirada, pero se paralizó al momento porque entre las brumas del bosque, frente a ella vio a un hombre, alto y vestido de negro con la piel muy pálida, el cabello oscuro y sus ojos rojos brillaban.

Él también la observaba e hizo que de inmediato ella sintiera escalofríos.

—Vianet—dijo.

Al escuchar su nombre ella suspiró aterrada. El hombre se acercó más y Vianet retrocedió, pero ya no tuvo a donde ir cuando su espalda chocó con la pared de la cueva en la que se refugió, al sentirse acorralada solo se sentó en el piso y se cubrió el rostro. Él se arrodilló a su lado y tomó las manos de la bruja entre las suyas que estaban cubiertas por unos guantes del mismo color de sus vestiduras.



#2721 en Fantasía
#286 en Paranormal
#104 en Mística

En el texto hay: vampiros, hombres lobos, brujas y humanos

Editado: 21.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.