Luna de sangre.

CAPÍTULO 2 — TORMENTA CONTENIDA

El avión aterrizó con suavidad entre un mar de nubes grises.
El pequeño aeropuerto del pueblo quedaba rodeado de montañas y bosques, y el aire olía distinto: más limpio, más vivo.
Kira respiró profundo al bajar. Sentía cómo el viento helado le despeinaba el cabello, pero algo en ese aire la llenaba de energía.

Su hermana, Angelina, la esperaba en la salida con una sonrisa luminosa.
—¡Por fin! —exclamó abrazándola con fuerza—. Pensé que el vuelo se retrasaría.
—Ni el clima me iba a detener —bromeó Kira.

Durante el trayecto en coche, Kira observaba por la ventana.
Las casas eran de piedra y madera, pequeñas, con humo saliendo de las chimeneas. Todo parecía salido de otro tiempo.
—Este lugar es precioso —dijo.
—Y tranquilo… aunque últimamente pasan cosas raras —respondió Angelina con un tono distraído.
Kira arqueó una ceja. —¿Raras cómo?
—Nada grave —mintió su hermana—. Ya lo entenderás cuando conozcas a todos.

Cuando llegaron, la casa estaba llena de gente.
Familiares, amigos, y varios rostros nuevos que Kira no reconocía. Algunos la miraban con curiosidad, otros con una atención que le resultó incómoda.
Intentó no darle importancia.

Dejó las maletas en su habitación, se retocó el maquillaje y bajó al salón.
Pero al entrar, el ambiente cambió.
Las conversaciones se apagaron como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo.

Entonces lo vio.

Un hombre alto, de cabello oscuro y mirada intensa, estaba de pie junto a la chimenea.
Su sola presencia parecía ocupar todo el espacio.
Sus ojos, de un tono ámbar casi dorado, se clavaron en los de ella como si acabara de encontrar algo que llevaba demasiado tiempo buscando.

Kira sintió que el aire se volvía espeso, que su corazón latía con una fuerza desconocida.

El hombre avanzó lentamente hacia ella.
Los murmullos se apagaron por completo.
Y cuando estuvo lo bastante cerca, pronunció una sola palabra, grave, firme, llena de significado.

—Mía.

La sala entera se congeló.
Angelina se levantó alarmada, mientras el prometido de su hermana —un hombre de mirada noble— intentaba intervenir.
Pero era tarde.
Kael, el líder de la manada, había reconocido a su luna.

Kira retrocedió un paso, sin entender.
Él la observaba con una mezcla de asombro, deseo y alivio.
Como si hubiera esperado siglos solo para verla.




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