Luna de sangre.

CAPÍTULO 7 — EL DESPERTAR DEL ALFA

Esa tarde el cielo se tiñó de un gris profundo.
El aire olía a tormenta.
Kira salió a caminar para despejar la mente, pero cada paso entre los árboles la hacía pensar más en él.
Desde que Kael le habló del vínculo, nada volvió a ser igual.
Su cuerpo lo sabía, aunque su mente siguiera negándolo.

Caminaba por el sendero cuando escuchó un crujido.
Antes de poder reaccionar, una figura emergió de entre los árboles.
Era Jake, el amigo de su hermana, el hombre que la había recibido con una sonrisa amable el primer día.
—No deberías andar sola —dijo, acercándose.
—Solo necesitaba aire —respondió Kira.
Jake la miró un segundo demasiado largo.
—Kael está inquieto. Lo estás descolocando.
—No es mi problema.
—Sí lo es —contestó él, serio—. El vínculo afecta a toda la manada.

Kira lo observó, confundida.
—¿Tú también eres…?
Jake sonrió de lado.
—Lobo, sí. Pero tranquilo, no muerdo sin permiso.

Kira rió suavemente, y por un instante, el aire se alivió. Jake siempre lograba eso: hacer que el mundo pareciera menos complicado.
—Kael no es fácil de entender —dijo él—. Pero te juro que lo que siente es real.
Kira bajó la mirada.
—Eso no significa que yo esté lista.

Jake asintió con comprensión.
—Nadie lo está cuando el destino golpea.

De pronto, un rugido lejano sacudió el aire.
Kira se estremeció.
—¿Qué fue eso?
Jake alzó la cabeza, tenso.
—Él.
—¿Kael?
—Está… perdiendo el control.

El cielo se iluminó con un relámpago, y el rugido volvió, más fuerte, resonando entre los árboles.
Kira sintió cómo su corazón se aceleraba, una mezcla de miedo y necesidad.
—Debo ir con él —susurró.
Jake le sujetó el brazo.
—No puedes. Cuando un alfa está en ese estado, solo su luna puede calmarlo… y si no lo acepta, puede volverse contra todo.

Kira lo miró, decidida.
—Entonces tengo que intentarlo.

Sin pensarlo más, echó a correr hacia el bosque.
El viento le golpeaba el rostro, las ramas se movían a su paso.
Y allí, en medio del claro, lo vio.

Kael estaba arrodillado, con los ojos dorados brillando bajo la lluvia, su cuerpo temblando entre la forma humana y la bestia.
Era la imagen del poder y la furia contenida.

—Kael —susurró ella, acercándose.

Él alzó la cabeza, y sus ojos la reconocieron al instante.
Su respiración se agitó, el cambio se detuvo, y el silencio se hizo pesado.

Kira dio un paso más, bajo la lluvia.
—Ya basta —dijo con voz firme—. No estás solo.

Kael cerró los ojos y, lentamente, la tormenta dentro de él comenzó a calmarse.
Cuando volvió a abrirlos, eran solo ojos humanos, cansados y llenos de alivio.

—No vuelvas a correr hacia mí cuando soy eso —murmuró.
—No me diste opción —respondió Kira.

Kael sonrió apenas.
Por primera vez, ella vio en él no solo al Alfa, sino al hombre que había estado luchando contra su propia naturaleza.




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