El día de la ceremonia llegó.
La casa estaba decorada con luces cálidas y flores silvestres.
El aire olía a lluvia reciente, a tierra y promesas.
Kira se miró en el espejo mientras ajustaba el vestido que usaría para cantar. No era su boda, pero los nervios la consumían como si lo fuera.
Jake la esperaba abajo, guitarra en mano.
—¿Lista? —preguntó con una sonrisa.
—Creo que sí —dijo Kira, tomando aire.
El salón se llenó de gente. Los invitados se acomodaron, la música comenzó a sonar, y Kira subió al pequeño escenario.
En cuanto vio a su hermana y al novio, el miedo se disolvió. Cantó con el alma, y la voz le salió pura, llena de emoción.
Jake la acompañó, y juntos lograron que el aire se llenara de magia.
Pero cuando la canción terminó y los aplausos resonaron, Kira lo vio.
Kael.
Estaba en el fondo del salón, vestido de negro, imponente como siempre.
Y no estaba solo.
A su lado, una mujer de cabello rojizo se aferraba a su brazo, sonriendo con descaro.
Kira sintió un pinchazo en el pecho, una mezcla de rabia y dolor.
Él la miró.
Sus ojos se encontraron apenas un segundo, pero fue suficiente.
Kira sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones.
Jake notó su tensión y le tocó el hombro.
—¿Estás bien?
—Perfecta —mintió.
Antes de que el público se dispersara, Kira hizo algo impulsivo.
Se giró hacia Jake, le tomó el rostro con las manos y lo besó.
El salón entero se quedó en silencio.
Y Kael… se puso de pie.
La energía cambió en un segundo. Los lobos de la manada —disfrazados entre los invitados— se tensaron, listos para intervenir si su Alfa perdía el control.
Kira se apartó de Jake, respirando con dificultad.
Kael la observaba desde el otro extremo de la sala, con la mandíbula apretada y los ojos ardiendo.
Su poder se filtraba en el aire, palpable, peligroso.
Jake intentó dar un paso hacia Kira, pero Kael habló primero.
—No lo hagas.
Su voz fue baja, pero resonó como un trueno.
Kira lo desafió con la mirada.
—No tienes derecho a decirme qué hacer.
Kael la observó con una mezcla de ira y deseo.
—No sabes lo que estás provocando.
—Tal vez sí —replicó ella—. Tal vez solo quería ver si tú también podías sentir.
El Alfa dio un paso adelante, su control colgando de un hilo.
El aire se volvió tan denso que los invitados empezaron a apartarse, sintiendo la tensión.
Angelina intervino rápido, poniéndose entre ellos.
—Basta, los dos. No aquí.
Pero Kira ya no podía detener las palabras que salían de su boca.
—Si tanto te molesta, Kael, quizá deberías quedarte con tu acompañante. Seguro ella no te causa tantos problemas.
La mujer pelirroja a su lado sonrió con arrogancia.
Kael cerró los puños, conteniéndose con todas sus fuerzas.
—No te atrevas a hablarle así —dijo él en voz baja.
—¿Y por qué no? ¿Te molesta que diga la verdad?
Los ojos de Kael se encendieron, dorados y salvajes.
Jake se interpuso justo a tiempo, sujetando el brazo de Kira.
—Ya basta —le susurró—. No lo provoques más.
Kira lo miró un segundo, con lágrimas contenidas.
—Demasiado tarde.
Se dio media vuelta y salió del salón sin mirar atrás.
Kael no se movió.
Pero todos lo vieron: estaba al borde de romperse.