Kira llegó empapada a la casa.
El corazón le latía tan fuerte que apenas podía respirar.
Subió las escaleras sin mirar atrás, con las lágrimas mezclándose con la lluvia en su rostro.
Todo lo que había contenido durante días se derrumbó al cerrar la puerta de su habitación.
Se dejó caer contra la pared, temblando.
Odiaba cómo lo necesitaba, cómo el simple sonido de su voz la alteraba.
Lo odiaba por haber aparecido, por haberle puesto nombre a algo que no sabía que le faltaba.
Pero sobre todo, lo odiaba porque no podía dejar de pensar en él.
No sabía cuánto tiempo pasó hasta que escuchó el crujido del piso.
—Vete —susurró sin levantar la cabeza.
—No hasta que me escuches —respondió Kael desde el umbral.
Kira se levantó de golpe.
—¿Escucharte? ¡Ya escuché suficiente!
—No es lo que viste.
—¿Y qué fue entonces? ¿Una prueba? ¿Un juego?
Kael avanzó despacio.
—Fue un error. Intenté protegerte y terminé haciéndote daño.
—¿Protegerme de qué, Kael? ¿De ti mismo?
El Alfa bajó la mirada, exhalando.
—De lo que siento cuando estás cerca.
Kira lo miró en silencio. Esa confesión la golpeó con más fuerza que cualquier palabra.
Kael alzó los ojos, y por primera vez, no había control, ni orgullo, ni poder.
Solo verdad.
—No quiero que me temas —dijo con voz baja—. Pero tampoco puedo fingir que no te necesito.
Kira dio un paso hacia él.
—Me hiciste daño.
—Lo sé. Y lo lamentaré siempre.
La tensión entre ambos era insoportable.
Podía sentir el calor de su cuerpo a centímetros, el pulso acelerado de ambos, la fuerza del vínculo latiendo entre ellos.
Kira levantó la mano y la apoyó sobre el pecho de Kael.
—Si esto es el vínculo, duele demasiado.
—El amor siempre duele cuando es real —susurró él.
Ella lo miró, con los ojos brillando.
—Entonces supongo que ya no hay vuelta atrás.
Y antes de que él pudiera decir una palabra, Kira lo besó.
Fue un beso lleno de rabia, de deseo, de perdón y de fuego contenido.
Kael respondió con la desesperación de quien había esperado toda una vida.
El tiempo se detuvo, el aire se encendió.
El vínculo, por fin, se selló.
Cuando se separaron, Kira apoyó la frente en su pecho, temblando.
—Te odio por hacerme amarte así.
Kael sonrió, con la voz ronca.
—Y yo te amo por no poder evitarlo.
En ese instante, Kira supo que ya no había marcha atrás.
El destino los había unido, y no importaba cuántas tormentas vinieran: esa conexión era su verdad.