El amanecer llegó silencioso, como si incluso el bosque contuviera el aliento.
Kira despertó con la luz filtrándose entre las cortinas.
Por un momento pensó que todo había sido un sueño, hasta que lo vio.
Kael estaba sentado junto a la ventana, observándola con calma.
La tormenta había pasado, pero en sus ojos aún quedaba algo salvaje.
—No duermes —dijo ella, con voz baja.
—Los alfas no dormimos bien cuando nuestras lunas están inquietas.
Kira sonrió apenas.
—Deja de decir eso.
—¿“Luna”?
—Sí.
—Entonces dime cómo debería llamarte.
—Kira está bien.
Kael se levantó y caminó hacia ella.
—Kira, la manada necesita saber. No puedo ocultarte más.
Kira se tensó.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero presentarte como lo que eres.
Su corazón se aceleró.
—¿Y qué soy, Kael?
—La mía. La luna del Alfa.
Kira se levantó despacio, con el pulso desbocado.
No sabía si estaba lista para eso. No entendía ese mundo, ni sus reglas, ni lo que implicaba ser parte de él.
Pero sabía una cosa: no quería seguir huyendo.
—Hazlo —dijo con firmeza—. Si vamos a hacerlo, que sea de frente.
Kael asintió. Su mirada se suavizó, llena de respeto y orgullo.
—No sabes cuánto te admiro por eso.
Horas después, el claro del bosque estaba lleno.
La manada entera esperaba.
Kira podía sentir sus miradas, la mezcla de curiosidad y desconfianza.
Kael avanzó con ella a su lado, tomándola de la mano.
—Hoy la manada conocerá a su luna —dijo con voz grave que resonó entre los árboles—.
La mujer por la que he esperado más de tres siglos.
La que calma la bestia y da sentido al hombre.
Los murmullos se extendieron. Algunos lobos bajaron la cabeza en señal de respeto.
Pero no todos.
Entre ellos, la mujer pelirroja —la misma que Kael había llevado a la fiesta— dio un paso al frente.
—¿Ella? —dijo con desdén—. ¿Una humana?
Kira la miró con frialdad.
Kael la observó con calma peligrosa.
—Cuidado con lo que dices.
La mujer se acercó más, desafiando.
—No puede ser tu luna. No es digna de ti.
Y antes de que nadie pudiera reaccionar, la mujer se inclinó hacia Kael y lo besó.
Un beso rápido, insolente, lleno de provocación.
El silencio que siguió fue absoluto.
Kira sintió un fuego recorrerle el cuerpo.
El vínculo rugió dentro de ella, indomable.
Sin pensarlo, lo apartó con fuerza y lo enfrentó con los ojos encendidos.
—¡No vuelvas a dejar que nadie te toque así! —gritó, temblando—. ¡Eres mío, Kael!
La manada entera se quedó muda.
Kael la observó, y una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.
—Eso quería escuchar.
Se acercó, tomó su rostro entre las manos y la besó frente a todos.
Un beso intenso, absoluto, lleno de verdad.
La manada aulló, un sonido que se mezcló con el viento y la tierra.
Cuando se separaron, Kira respiraba agitada.
Kael la abrazó por la cintura.
—Ahora sí —murmuró él—. La manada conoce a su luna.
Y en ese instante, Kira entendió que no había marcha atrás.
Su destino estaba sellado.
Ya no era solo una humana perdida entre lobos.
Era la reina de su Alfa.
La Luna de la Manada.