EPÍLOGO — BAJO LA MISMA LUNA

La noche era clara, y la luna llena bañaba el bosque con su luz plateada.
Todo estaba en calma.
La manada descansaba después de días de tensión, y Kira observaba el horizonte desde el balcón de la casa que ahora compartía con Kael.

El viento movía su cabello, trayendo consigo el olor de los pinos y la tierra húmeda.
Cerró los ojos y respiró profundo.
Por primera vez en mucho tiempo, no sentía miedo.

Escuchó pasos detrás de ella, firmes, conocidos.
—¿Otra vez despierta? —preguntó Kael, apoyándose en el marco de la puerta.
—No podía dormir.
—¿Miedo?
—No. Paz —respondió ella, sonriendo.

Kael se acercó por detrás y rodeó su cintura con los brazos.
Kira se apoyó en él, sintiendo el calor de su cuerpo.
El vínculo entre ambos ya no era una tormenta: era una corriente constante, suave, segura.

—Nunca imaginé esto —murmuró Kira.
—¿Ser la luna de un Alfa? —preguntó Kael con una sonrisa en la voz.
—No. Amar de verdad.

Kael la giró para mirarla a los ojos.
—No fue fácil.
—Nada que valga la pena lo es.

Él acarició su mejilla con la mano.
—Eres más fuerte de lo que crees.
—Y tú más humano de lo que imaginas.

Se quedaron en silencio, observándose bajo la luz de la luna.
Era como si todo el universo se redujera a ese instante.

Kael la besó con suavidad, y Kira respondió con ternura.
El tiempo ya no importaba.
Ni el pasado, ni los siglos, ni las heridas.
Solo ellos.

Cuando se separaron, Kira levantó la vista hacia el cielo.
La luna brillaba alta, inmensa, testigo de todo lo que habían vivido.

—¿Sabes algo, Kael? —susurró.
—¿Qué?
—Creo que la luna no nos separó. Solo estaba esperando el momento adecuado.

Kael sonrió y la abrazó más fuerte.
—Entonces que nunca deje de brillar.

Y allí, bajo esa luz eterna, Kira entendió que no había maldición, ni destino, ni fuerza que pudiera romper un amor nacido para resistirlo todo.

Su historia apenas comenzaba.
Y la luna, una vez más, fue testigo de ello.