Kira no había dormido nada.
Cada vez que cerraba los ojos veía esa sombra sin nombre, esos ojos oscuros que no pertenecían ni a humanos ni a lobos.
Algo en su interior vibraba… como si una segunda voz intentara despertarse.
Kael la observaba en silencio desde la ventana.
No había dicho nada en horas, pero su postura lo delataba.
Estaba listo para matar si era necesario.
—Ven —dijo al fin.
Kira se acercó y él tomó su muñeca con suavidad. La giró hacia la luz.
Su mirada se endureció.
Kira siguió la dirección de sus ojos.
En su piel había una marca tenue.
No un moretón.
No un rasguño.
Una figura. Como un círculo incompleto, hecho de sombras.
—Eso no estaba anoche —susurró ella.
Kael levantó la vista. Sus ojos dorados brillaban con un peligro que no había mostrado ni siquiera frente a la manada.
—Él te tocó.
Kira abrió los ojos con horror.
—No me tocó. Solo habló. No me acercó ni una mano.
—Hay criaturas que no necesitan tocar para dejar marca —respondió Kael con la voz baja—. Y esta no pertenece a ningún clan que conozca.
Kira se apartó un paso, temblando.
—Dime que puedes quitarla.
Kael negó lentamente.
—No sin saber quién la puso. Podría empeorarla… o dañarte.
Kira sintió cómo el aire se hacía más pesado.
La marca se oscurecía cada vez que la miraba… como si respirara.
—Kael, no me gusta esto.
—A mí tampoco.
Él la tomó de la cintura, fuerte, protector.
—Voy a encontrarlo. Voy a arrancarle la garganta si se atreve a rozarte otra vez.
Kira tragó saliva.
—No es solo miedo. Siento… algo raro. Como si me escuchara desde algún lugar.
Kael tensó la mandíbula.
—Te está vinculando.
Kira sintió un escalofrío violento.
—Ese vínculo ya lo tengo contigo.
—Este no es un vínculo de luna —respondió Kael, con el tono seco de quien lucha contra su propio pánico—. Es un reclamo. Una marca de posesión. Una advertencia.
Ella sintió que se le helaba la sangre.
—No puede reclamarme. Soy tuya.
Kael la tomó del rostro, firme.
—Lo sé. Y por eso está intentando rompernos.
Kira se quedó quieta. Una punzada ardió justo donde estaba la marca.
Era como si le respondiera, como si algo invisible tirara de ella hacia el bosque.
Kael lo notó.
—¿Lo sientes?
Kira asintió, sin poder controlarlo.
—Me llama… Kael, me llama.
Él la rodeó con sus brazos al instante, como si pudiera protegerla del susurro de las sombras.
—No vas a ir a ninguna parte. Yo te tengo.
Pero la marca volvió a arder, más fuerte, más profundo.
Y una voz resonó dentro de su mente.
Baja. Oscura.
Conocedora de ella de una forma que no podía explicar.
Ya te encontré.
Kira gritó sin querer.
Kael la sostuvo, furioso.
—¿Qué escuchaste?
Ella lo miró con los ojos llenos de miedo y rabia.
—Dijo que ya me encontró.
El aire se rompió con un rugido feroz.
Kael salió semitransformado, ojos dorados como fuego líquido.
—Entonces que venga. Lo estoy esperando.
La marca en la piel de Kira volvió a brillar… y se cerró un poco más.
Como si alguien, desde el otro lado del bosque, la estuviera reclamando en ese preciso instante.