El bosque rodeaba Callun como una muralla viva. Desde mi ventana, parecía infinito, un océano de ramas que respiraban al unísono. Todos en el pueblo evitaban mirarlo, pero yo… no podía apartar los ojos. Había algo en esa oscuridad que me llamaba.
Al tercer día de mi estadía, el auto seguía muerto.
Mara solo sonrió cuando le pedí ayuda.
—Cuando Callun decide retener a alguien, ningún motor vuelve a funcionar —dijo con la naturalidad de quien habla del clima.
Esa misma tarde, salí a caminar.
Los senderos parecían moverse bajo mis pies, como si el bosque quisiera confundirme. El aire olía a tierra húmeda y a algo más… hierro, tal vez.
Y entonces, lo vi.
Arlo.
Estaba en medio del claro, de espaldas, sin camisa, los músculos tensos y cubiertos de cicatrices que parecían dibujos antiguos. El sol se filtraba entre las ramas, y por un instante pensé que soñaba.
Me giró el alma al verlo así, tan humano y tan imposible a la vez.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin girarse. Su voz sonó más grave que antes, como si le costara contener algo.
—Solo caminaba. No sabía que esto era propiedad privada.
Él se volvió.
Sus ojos eran distintos: seguían siendo grises, pero ahora tenían un destello dorado que no pertenecía a ningún hombre.
—Todo Callun es propiedad del bosque. Y el bosque tiene sus reglas.
Intenté reír, pero la voz me tembló.
—¿Y tú las obedeces?
Arlo avanzó hacia mí.
Cada paso suyo parecía sincronizado con el latido de mi corazón. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el aire se volvió frío.
—No siempre —susurró.
Su mirada descendió hasta mi cuello, y sentí algo extraño: un calor súbito, como si su respiración quemara. No me tocó, pero el contacto fue real. Inexplicable.
Y de pronto, todo se oscureció.
No recuerdo haber caído. Solo el ruido de ramas rompiéndose, un rugido en la distancia y el eco de su voz gritándome que corriera.
Cuando desperté, estaba en mi habitación de la posada, con el corazón latiendo desbocado. La ventana abierta, la luna llena iluminando el suelo, y en mi muñeca… tierra húmeda.
Bajé corriendo las escaleras, pero Mara me detuvo antes de que alcanzara la puerta.
—No lo sigas, Elena. Él no puede evitar lo que es.
—¿De qué hablas?
Su rostro se endureció.
—De los hijos de la luna. De los que viven entre nosotros y sangran por lo que desean.
No quise creerle.
Pero al tocar mi cuello, sentí una marca que antes no estaba: dos pequeños moretones, como un roce… o una advertencia.
Esa noche, los sueños volvieron.
El bosque, la luna, y Arlo, de pie entre sombras, con la voz quebrada diciendo mi nombre como si fuera una plegaria.
Y yo supe —aunque aún no lo entendía— que mi llegada a Callun no había sido un accidente.
Había sido una llamada.
#5038 en Novela romántica
#1352 en Fantasía
#757 en Personajes sobrenaturales
hombres lobo, amor desilusion encuentros inesperados, bosque drama ficcion
Editado: 04.11.2025