Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 5 – La bestia y la promesa

El amanecer trajo un silencio extraño.
Ni un pájaro, ni un rumor del bosque. Solo ese vacío que precede a las verdades que uno no quiere escuchar.
Me levanté con la sensación de haber soñado con gritos, con sangre… y con su nombre repitiéndose dentro de mi cabeza como un eco: Arlo.

Bajé las escaleras de la posada.
Mara estaba frente a la puerta, con un rosario en la mano. Su piel parecía más pálida, sus ojos más viejos.
—No deberías haber ido al bosque —dijo sin mirarme.
—¿Qué está pasando?
Ella apretó el rosario con fuerza.
—Anoche volvió a ocurrir. La luna se tiñó y los lobos salieron. Pero no todos los que regresan… siguen siendo hombres.

El corazón me latía tan fuerte que me dolía respirar.
—¿Y Arlo?

Mara levantó la vista.
—Él es el último de su linaje. El único que no ha podido perdonarse.

Salí corriendo sin escuchar más.
El bosque olía a tierra recién removida y a hierro. Había huellas grandes en el barro, algunas humanas, otras no tanto. Las seguí hasta el claro del arroyo, donde el agua se teñía de un rojo pálido.

Allí estaba él.
De rodillas, cubierto de barro y sangre seca, respirando con dificultad. Su cuerpo temblaba como si aún estuviera luchando contra algo invisible.

—Arlo… —susurré.

Al oírme, levantó la cabeza.
Sus ojos eran de un dorado profundo, pero en ellos había dolor, no furia.
—Te advertí que no vinieras.

Me acerqué, ignorando el miedo.
—No pienso dejarte solo.

Intentó apartarse, pero sus fuerzas lo traicionaron.
Me arrodillé junto a él, y cuando mis manos tocaron su rostro, algo dentro de mí se quebró.
Un destello cruzó mi mente: un recuerdo que no era mío… o tal vez sí. Una noche, una promesa, su voz jurándome que volvería por mí.

Retrocedí, aturdida.
—Yo… te he visto antes.

Él cerró los ojos con tristeza.
—Hace muchos años, cuando Callun ardía. Tú eras diferente, pero tus ojos… siempre fueron los mismos.

La brisa sopló entre los árboles, llevando el olor del pasado.

—No entiendo —susurré.
—No tienes que hacerlo todavía —respondió—. Pero si te quedas, el bosque te reclamará como lo hizo conmigo.

Lo ayudé a levantarse. Su piel ardía, pero sus manos eran cálidas, humanas.
—Entonces que me reclame —dije.

Por primera vez, Arlo sonrió, una sonrisa rota, llena de gratitud y miedo.
—No sabes lo que dices.

—Tal vez no, pero sé lo que siento.

El silencio nos envolvió. La luna, aún visible a plena mañana, colgaba sobre nosotros como un testigo silencioso.

Arlo me tomó la mano y la llevó hasta su pecho.
Bajo su piel, su corazón latía rápido, salvaje, como un tambor de guerra.
—Si cruzas esta línea conmigo —dijo en voz baja—, no habrá vuelta atrás.

Y aun así, no solté su mano.

Porque, aunque no entendía todo, sabía que el destino no se elige: se reconoce.
Y el mío… tenía su nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.