Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 7 – Ecos del pasado

Esa noche no dormí.
La tormenta había pasado, pero el aire seguía cargado de electricidad, como si algo invisible se preparara para romperse.
Arlo permaneció junto a la ventana, sin hablar, sin moverse. Solo respiraba, mirando hacia la nada.

—Callun dijo que eras hermanos —murmuré.
Él cerró los ojos.
—Lo fuimos.

El silencio que siguió fue más pesado que cualquier palabra.
—¿Qué pasó entre ustedes?

Arlo giró lentamente hacia mí. Su mirada era un abismo.
—Nos amábamos. Nos odiábamos. Éramos dos mitades de una misma maldición.

Se acercó un paso.
—No nacimos lobos, Elena. Fuimos elegidos por una sangre que nunca pedimos. Callun la abrazó. Yo intenté resistirme.

—¿Y qué los separó?

Sus labios se tensaron.
—Una mujer.

Supe, antes de que lo dijera, que esa historia dolía.
—Su nombre era Lysandra. Era humana. La amábamos los dos. Pero ella eligió a uno.

—¿A ti? —pregunté, aunque la respuesta ardía antes de oírla.

Arlo desvió la mirada.
—No. A él.
Su voz se quebró, apenas un susurro.
—Callun la perdió… y en su rabia, rompió el pacto. La convirtió sin su consentimiento. Ella no sobrevivió a la luna.

El aire se volvió denso, casi imposible de respirar.
—Desde entonces, Callun vive para castigarme. Cree que le robé su destino. Pero lo único que robé fue su culpa.

Di un paso hacia él, temblando.
—Y yo… ¿por qué te recuerda mi rostro?

Arlo alzó una mano, y la yema de sus dedos rozó mi mejilla.
—Porque cuando el alma ama con demasiada fuerza, se niega a morir. A veces… regresa en otro cuerpo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Estás diciendo que… yo soy ella?
—No —respondió con un hilo de voz—. Eres tú. Pero su alma… te reconoce.

La distancia entre nosotros se desvaneció. Sentí su aliento, su calor, el temblor de algo que estaba prohibido y destinado al mismo tiempo.
—Arlo…
—No deberías quererme —susurró contra mis labios—. Porque si me tocas, me condenas otra vez.

Pero lo hice.
Porque la condena ya estaba escrita antes de que llegara a Callun.

Nuestros labios se encontraron, y el tiempo se detuvo. Fue un beso cargado de vida y muerte, de promesa y pérdida. Un beso que sabía a despedida incluso antes de empezar.

Cuando se apartó, sus ojos estaban llenos de luz dorada.
—Ahora ya es tarde —dijo—. Él lo sabrá. Siempre lo sabe.

Y el viento, que soplaba desde el bosque, trajo consigo un aullido lejano, profundo, como si la tierra misma se lamentara.

Yo comprendí entonces que nada de esto era solo amor.
Era destino.
Y los destinos siempre cobran su precio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.