Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 12 – Bajo la lluvia

La tormenta llegó al amanecer.
El sonido de la lluvia sobre el techo era tan constante que parecía un murmullo antiguo, una plegaria que el pueblo repetía en silencio. Yo no podía dejar de mirar mi reflejo en el espejo. La marca en mi clavícula brillaba débilmente, como si respondiera al ritmo de la lluvia.

Intenté cubrirla con una bufanda, pero el calor que desprendía me quemó la piel. No podía esconderla. Ni de mí, ni de Callun, ni de Arlo.

Salí de la cabaña con el corazón latiendo tan fuerte que cada paso dolía. El bosque olía a tierra mojada, a hojas y a sangre lejana. Lo sentía. Lo sentía a él.
—Arlo… —susurré.

Su nombre se mezcló con el viento, y entonces lo vi.
A pocos metros, bajo un árbol caído, estaba él. Empapado, los ojos grises brillando entre la niebla, la respiración entrecortada. Tenía una herida profunda en el costado.
Corrí hacia él sin pensar.
—¿Qué te pasó? —pregunté, arrodillándome.
—Nada que no merezca —respondió con una sonrisa débil—. No deberías haber venido.

—No podía quedarme.
Su mano tembló cuando la apoyó sobre mi rostro.
—Siempre vienes. En todas las vidas, en todos los finales, siempre lo haces.

Mi garganta se cerró.
—¿Por qué me hiciste esto? —Le toqué la marca—. ¿Qué significa?
Él bajó la mirada.
—Es mi maldición y mi ancla. Si te pierdo, pierdo el control. Si mueres, yo muero contigo.
—¿Y si me alejo?
—Entonces ambos ardemos.

El trueno partió el cielo.
Por un segundo, sentí miedo. Por otro, deseo.
Su voz bajó, ronca.
—Elena, mírame.
Obedecí.
Sus ojos se dilataron, y el tiempo pareció detenerse. Cuando sus labios rozaron los míos, no fue un beso; fue un fuego que me atravesó desde dentro.

Todo lo que había sido humano en mí se rompió.
Vi imágenes: una mujer cubierta de sangre, una luna partida, una promesa pronunciada entre gritos. Y una voz —la mía, antigua, imposible— diciendo: “Si renaces, te encontraré, aunque el mundo arda.”

Me separé de él con un grito.
El aire tembló. La lluvia cesó.
Y cuando abrí los ojos, estábamos rodeados.

Sombras.
Hombres de mirada vacía, piel pálida, ojos amarillos. Lobos medio transformados, caminando erguidos.

Arlo se interpuso frente a mí.
—Callun los envió —dijo entre dientes.
—¿Por qué haría eso?
—Porque me odia. Y porque te ama.

La tierra se estremeció cuando se abalanzaron sobre nosotros.
El cielo rugió.
Y mientras el caos me tragaba, entendí que esa noche cambiaría todo.
Porque ya no había elección posible.
Yo había sido reclamada por el fuego y por la luna.
Por el amor y por la sangre.




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