Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 13 – La traición

El amanecer llegó teñido de humo.
El bosque ardía a lo lejos, y el olor a carne quemada me revolvía el estómago.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde la pelea, ni cómo había logrado escapar.
Arlo estaba herido —lo último que recordaba era su cuerpo cayendo frente a mí, los lobos arrastrándolo entre la niebla— y yo gritando su nombre hasta quedarme sin voz.

Corrí durante horas, hasta que el bosque cedió a los límites del pueblo.
El silencio era insoportable.
Callun me esperaba frente a la vieja iglesia, vestido de negro, los ojos grises como ceniza.
—Sabía que volverías —dijo sin emoción.

Me acerqué, desesperada.
—Tienes que ayudarme. Se lo llevaron. Los tuyos lo tienen.
—¿Y por qué crees que lo haría? —Su sonrisa fue apenas un destello cruel—. Arlo rompió las reglas. Se mezcló con una humana, contaminó el linaje.
—¡No soy humana! —grité.
El eco de mi voz retumbó entre las paredes rotas.

Callun dio un paso hacia mí.
—Aún no, pero lo serás… o lo perderás todo.
No entendí lo que quiso decir hasta que vi la marca en mi clavícula arder con un brillo pálido.
El dolor me dobló.
Caí de rodillas, respirando con dificultad.

Callun me observó con una calma terrible.
—Esa conexión te está matando. Cada vez que Arlo sangra, tú sangras. Cada vez que se debilita, tu corazón se detiene un poco más.
—Entonces ayúdame.
—No puedo.
—No quieres.

Su expresión se quebró un instante, una sombra de culpa cruzó su rostro.
—No entiendes, Elena. Arlo no te salvó aquella noche. Te condenó. La marca no es amor, es posesión.

Me puse de pie, temblando, las lágrimas mezclándose con la ceniza del aire.
—¿Y tú? ¿Qué quieres de mí, Callun?
—Redención. —Su voz se volvió un susurro—. O venganza. A veces no sé distinguirlas.

Se acercó más, tan cerca que sentí su respiración.
—Déjalo morir. Es lo que el ciclo pide. Cuando desaparezca, tú serás libre.
—No puedo hacerlo.
—Sí puedes. —Sus dedos rozaron mi rostro, y su contacto me heló el alma—. Pero no lo harás… porque lo amas.

Sus labios apenas rozaron los míos. No fue un beso; fue una amenaza disfrazada de ternura.
Lo aparté con furia.
—Si lo tocas, Callun…
—Ya lo toqué, Elena. Desde mucho antes de que tú lo recordaras.

La confesión cayó como un golpe.
Mis recuerdos se fragmentaron: imágenes fugaces de una vida anterior, de los tres, de una traición.
Callun y Arlo, hermanos unidos por la sangre… y por mí.

El cielo se oscureció de repente.
El viento trajo un aullido lejano, desgarrado.
El corazón me dio un vuelco.

—Arlo… —susurré.

Callun me miró una última vez.
—Si vas tras él, no habrá retorno.
—Entonces no lo habrá.

Y corrí.
Hacia el bosque, hacia el fuego, hacia el destino que ya ardía en mi piel.




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