Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 14 – El eco y la herida

El bosque me devoró sin compasión.
Las ramas se cerraban detrás de mí como si intentaran impedir mi paso, y el aire olía a hierro, a lluvia vieja y a miedo.
Cada vez que mi pie tocaba la tierra húmeda, la marca en mi clavícula palpitaba, tirando de mí, guiándome como si tuviera voluntad propia.
Sabía hacia dónde me llevaba: al corazón de Callun, a donde todo comenzó, y donde todo, quizás, terminaría.

El viento susurraba mi nombre. No como una voz humana, sino como una plegaria rota.
Elena… Lysandra… vuelve.

Corrí.
Las imágenes me golpeaban como destellos entre los árboles: el rostro de Arlo cubierto de sangre, el toque helado de Callun en otra vida, mis propias manos manchadas de rojo.
Había amado a ambos. Lo sabía ahora. En vidas pasadas, en noches infinitas bajo lunas que ya no existen. Y en todas, uno moría por mi causa.

Llegué a un claro que no recordaba haber visto antes.
En el centro, un círculo de piedra. Sobre él, grabados antiguos: símbolos de unión y sacrificio.
Y en medio, una figura arrodillada.

Arlo.

Su cuerpo estaba cubierto de heridas, la piel temblando bajo la lluvia. Al acercarme, la marca ardió con fuerza.
—Elena —susurró, sin abrir los ojos.
Caí junto a él, tomándolo entre mis brazos.
—Estoy aquí. Voy a sacarte de aquí.
—No puedes. —Su voz era apenas un hilo—. Está hecho.

Antes de que pudiera preguntar, lo sentí.
Una presencia.
El aire se volvió más frío, más denso.
Callun emergió de entre la niebla, los ojos brillando con un dorado antinatural.
—Te lo advertí —dijo, sin emoción—. No había retorno.

Me interpuse entre ellos.
—No lo vas a tocar.
—Ya lo hice. —Callun levantó la mano, mostrando su palma cubierta de sangre fresca—. Su muerte es la única forma de romper el ciclo.

Arlo intentó levantarse, pero el cuerpo no le respondió.
—Hermano… —dijo con voz rota—. Déjala.
—No puedo. Ella no te pertenece. Ni a ti, ni a mí. Pertenece a la luna.

El suelo vibró bajo nuestros pies.
La marca en mi piel ardía tanto que sentí que se abriría.
Y entonces entendí: el poder no venía de ellos. Venía de mí.
Era yo quien sostenía el lazo.
Era yo quien debía romperlo.

Grité.
El aire se iluminó con un resplandor blanco.
Las sombras se disolvieron, los árboles se inclinaron como si se rindieran.
Callun cayó de rodillas, cubriéndose el rostro.
Arlo me miró con una mezcla de amor y horror.

—¿Qué hiciste? —susurró.
No lo sabía.
Solo que el silencio que siguió fue absoluto.
Y en ese silencio, algo dentro de mí se rompió.

La luna apareció entre las nubes, partida en dos.
Y supe que esa noche, ni los vivos ni los muertos volverían a dormir en paz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.