Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 15 – Cenizas y promesas

Desperté en silencio.
El olor a tierra quemada me envolvía, y un viento frío lamía mi piel como un recordatorio de que aún estaba viva… o algo parecido.
El bosque había desaparecido. Solo quedaban troncos ennegrecidos y un cielo gris, sin luna.
Mi cuerpo dolía.
Cada respiración era una punzada, pero lo peor era el vacío: no escuchaba nada. Ni el murmullo del bosque, ni los latidos de la tierra, ni la voz de Arlo en mi mente.

Lo busqué entre las ruinas, tambaleándome, llamando su nombre.
Nada.
Solo cenizas.

Me desplomé junto a una piedra cubierta de hollín.
Mis manos estaban manchadas de sangre seca. No sabía si era mía o suya.
Intenté recordar qué había pasado después del resplandor, pero mi mente era un laberinto de gritos, fuego y rostros superpuestos. Callun cayendo, Arlo rompiéndose, y yo… gritando hasta romper el cielo.

—Elena.

El sonido me heló la sangre.
Me giré, y allí estaba.
Callun. Vivo.
Su piel tenía un tono ceniciento, y sus ojos… ya no eran los mismos. No había luz en ellos, solo un brillo apagado, casi inhumano.

—¿Dónde está Arlo? —pregunté.
Callun se quedó en silencio por unos segundos, y ese silencio fue peor que cualquier respuesta.
—Lo que eras tú lo consumió.
—¿Qué quieres decir?
—El vínculo se rompió, pero no del modo correcto. —Su voz era baja, sin emoción—. Arlo fue arrastrado por la marca. Lo que queda de él ya no pertenece a este mundo.

Me levanté de golpe, negando con la cabeza.
—No. No, eso no puede ser.
Callun me observó con una expresión que no supe leer. Ni odio, ni amor. Solo cansancio.
—Cada vez que lo eliges, Elena, el destino se repite. Destruyes todo lo que tocas.
—Y aun así tú sigues aquí.
—Porque no puedo irme —susurró—. Porque cada vez que él muere, algo dentro de mí muere también. Somos la misma maldición.

Dio un paso hacia mí, extendiendo la mano.
—Déjalo ir. Déjame a mí cuidar de lo que queda.

Por un segundo, lo consideré.
La calma que ofrecía era tentadora: sin fuego, sin dolor, sin recuerdos.
Pero la marca en mi piel ardió de nuevo, un destello rojo como una advertencia.
—No puedo —dije—. Si aún hay una chispa de él, la encontraré.

Callun suspiró, y por primera vez noté que temblaba.
—Entonces ambos nos perderemos.

—Ya lo estamos —respondí.

El viento sopló con fuerza, levantando cenizas a nuestro alrededor.
Entre ellas, creí ver una sombra moverse, una figura apenas visible, de ojos plateados observándome desde lejos.
Arlo.
O lo que quedaba de él.

Y supe que el final aún estaba muy lejos.
Porque a veces, el amor no termina con la muerte.
A veces, recién ahí comienza.




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