Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 19 – Cuando la luna se abre

El frío me atravesó como una hoja de plata.
La sangre mezclada con la de Callun ardía sobre mi piel, pero el calor no era humano: era lunar, antiguo, vivo.
El santuario vibraba, y las piedras parecían latir con cada gota que caía al suelo.

—No te detengas —dijo Callun entre jadeos—. Si rompes el lazo ahora, el alma quedará atrapada.
Yo apreté los dientes.
El aire se había vuelto espeso, y una presión invisible me aplastaba el pecho.
Podía sentirlo.
A Arlo.
No como antes… sino más cerca, más adentro.

Una ráfaga helada apagó las antorchas.
Oscuridad.
Y entonces una voz.
Baja, quebrada, familiar.
—Elena…

Mis rodillas cedieron.
—Arlo…
—No —susurró Callun—. No lo llames. No todavía.

Pero era tarde.
El vínculo se abrió por completo, y una corriente de energía me atravesó, haciéndome gritar.
Vi luces, sombras, rostros que se disolvían en el aire.
Y entre ellos, el suyo: pálido, con ojos del color del acero bajo la luna.

Apareció frente a mí, pero no caminaba. Flotaba.
Su cuerpo no tenía sombra.
Su voz, cuando habló, era un eco dentro de mi cabeza.
—Me llamaste… y volví.

Corrí hacia él, pero una fuerza invisible me detuvo.
Su figura osciló, como si estuviera hecha de humo y recuerdos.
—No puedes tocarme —dijo con una tristeza tan profunda que dolía respirarla—. No aún.
—Te traeré de vuelta —prometí—. Te lo juro.

Arlo me observó en silencio, y por un instante, su expresión se quebró.
—¿Y si ya no soy el mismo?
—No me importa.

Pero Callun se interpuso entre nosotros, transformándose parcialmente; su voz era un gruñido ahogado.
—Él no es Arlo. No completamente. Mira sus ojos, Elena.
Lo hice.
Y lo entendí.
Allí no había luz humana.
Solo la calma fría de la luna, una marea de furia y deseo reprimido.

—El ritual lo trajo, sí —dijo Callun—, pero no devolvió su alma. Solo su hambre.
—Mientes.
—Mírame —gruñó él, señalando su propio pecho—. Yo también lo siento. Está dentro de ti. Te está consumiendo.

El suelo se resquebrajó bajo nosotros.
De las grietas comenzó a brotar un líquido oscuro, espeso, que olía a hierro y luna.
Arlo levantó la mirada, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—La luna se abre. Todo vuelve a empezar.

El santuario explotó en luz.
Vi a Callun ser lanzado contra una columna, su cuerpo cubierto de grietas incandescentes.
Yo intenté alcanzarlo, pero Arlo me sostuvo con una mano invisible.
Sus dedos fantasmales rozaron mi cuello.

—Tú me hiciste volver.
—Sí…
—Entonces serás mía. Para siempre.

Y antes de que pudiera responder, sus labios —fríos como la noche— rozaron los míos, sellando un pacto que ni la muerte podría deshacer.




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