El amanecer llegó sin color.
El cielo parecía hecho de ceniza, y el silencio era tan espeso que dolía respirarlo.
Callun seguía inconsciente a mi lado, su cuerpo cubierto de rasguños.
Mis manos temblaban; todavía podía sentir el calor de su piel bajo mis uñas.
No sabía si lo había herido por accidente… o si algo dentro de mí lo había querido así.
El viento trajo su voz.
“Déjalo morir. No lo necesitamos.”
—Cállate —susurré, apretándome la cabeza—. No eres él.
“Soy lo que queda de él.”
La marca en mi brazo volvió a brillar, y el suelo bajo mis pies se estremeció.
Sabía que no quedaba tiempo.
Si la luna salía otra vez, perdería el control por completo.
Callun se movió, tosiendo sangre.
—Todavía puedes detenerlo… —dijo entre jadeos—. Hay un ritual… uno que puede romper el vínculo.
—¿Otro más? —reí sin humor—. El último casi nos mata.
—Este no es para traer, sino para expulsar.
—¿Qué significa eso?
—Que uno de los dos debe ser el contenedor final. —Su mirada me atravesó—. Si el espíritu no puede ser destruido, debe encerrarse.
Lo entendí de inmediato.
Él planeaba cargar con Arlo.
—No —dije, negando con fuerza—. No lo harás.
—Es la única forma.
—¡No, Callun! Él es mío.
—Y tú eres mía —gruñó, con una intensidad que me heló—. Pero prefiero perderte viva que amarte muerta.
La tensión se rompió en el aire.
Por un momento, todo fue silencio, solo el sonido de mi respiración acelerada.
Y entonces lo sentí: una ráfaga helada, una presencia que se alzó detrás de mí.
Arlo.
O su sombra.
El bosque se oscureció.
Los árboles se inclinaron como si la tierra misma se rindiera ante su regreso.
Su voz resonó en mi mente, más fuerte que nunca.
“No lo permitas. Él quiere robarte de mí.”
Callun se puso de pie, tambaleante, y extendió sus manos hacia mí.
Entre sus palmas brilló un símbolo antiguo, hecho de luz.
—Perdóname —susurró.
Una oleada de energía me atravesó.
Grité.
El aire se llenó de luz y sombras enredadas, como si el día y la noche se desangraran una dentro de la otra.
Sentí a Arlo aferrarse a mí, sus dedos fríos dentro de mi pecho, su voz rogándome que no lo dejara ir.
Y sentí a Callun, su fuerza, su sacrificio, su amor silencioso.
La luz se desató con un rugido.
El viento estalló.
Y el mundo se rompió en dos.
Cuando abrí los ojos, el bosque estaba vacío.
Solo el silencio… y una luna blanca, perfecta, observándome desde arriba.
Pero dentro de mí, algo se movía.
Y supe, con un miedo antiguo, que el ritual no había funcionado del todo.
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Editado: 21.11.2025