Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 23 – La mitad que queda

Desperté en medio del bosque, sobre una cama de hojas húmedas.
El aire olía a hierro y a tormenta.
El silencio era tan profundo que parecía que el mundo contenía el aliento.

—Callun… —murmuré.

Nadie respondió.
Solo el murmullo del viento, colándose entre los árboles como un susurro que no alcanzaba a decirme la verdad.

Me incorporé, el cuerpo adolorido, la piel cubierta de ceniza.
Había algo distinto en mí.
Mi respiración era más pausada, pero sentía el pulso correr bajo la piel como un animal despierto.
Y mi sombra… mi sombra se movía antes que yo.

Avancé por el bosque, cada paso una punzada de vacío.
No quedaba rastro del ritual. Ni fuego, ni sangre, ni luz.
Solo ese silencio imposible.

Hasta que lo vi.

Callun estaba de pie junto al río.
O lo que quedaba de él.
Su figura era difusa, como si la luz lo evitara.
Tenía los ojos vacíos, sin color, y el pecho marcado con un símbolo idéntico al que él había usado para intentar salvarme.

—Callun —corrí hacia él—, estás vivo…
Él sonrió apenas, con los labios agrietados.
—Vivo… es una palabra generosa.

Me quedé helada.
Su voz sonaba lejana, hueca.
Intenté tocarlo, pero mi mano atravesó su piel como si fuera humo.

—¿Qué hiciste? —pregunté.
—Lo contuve. Pero no todo. —Su mirada bajó hacia mí—. La mitad de Arlo sigue en ti.
—¿Y la otra mitad?
—Conmigo. —Sonrió con tristeza—. Ahora somos los dos su prisión.

Sentí que el corazón se me encogía.
Lo había perdido.
Estaba frente a mí, pero ya no era él.
Su olor, su calor, su presencia… todo lo que me hacía sentir viva, se había desvanecido.

—No puedes quedarte así —dije entre lágrimas—. Debe haber una forma de revertirlo.
—No. —Su voz fue firme, pero dulce—. Si me liberas, Arlo volverá completo. Y tú… tú no sobrevivirías.

Quise gritar. Quise romper el aire con el peso de mi desesperación.
Pero él levantó la mano, y una calma imposible se apoderó de mí.

—No me busques —susurró—. No aún.
—¿Aún?
—Cuando la luna se tiña de rojo otra vez, me encontrarás en el borde del mundo.
—¿Y si no llego a tiempo?
—Entonces, Elena… serás la última loba.

El viento se levantó, arrastrando hojas, polvo y lágrimas.
En un parpadeo, Callun se desvaneció, como si nunca hubiera existido.

Me quedé sola, con el eco de su voz dentro de mí.
Y por primera vez, entendí la magnitud de lo que éramos:
no amantes, no enemigos… sino fragmentos de una misma maldición.

El río siguió corriendo, indiferente.
Y la luna —pálida, burlona— parecía observarme con los ojos de Arlo.




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