El camino hacia Viggo parecía más largo que nunca.
Las sombras del bosque me seguían como si reconocieran el peso que llevaba dentro.
El amanecer apenas se atrevía a cruzar las montañas, y el aire olía a humo y miedo.
No había vuelto desde aquella noche.
El pueblo, ese refugio escondido entre la niebla, siempre me había parecido vivo, respirando bajo la piel de sus habitantes.
Pero ahora… todo se sentía muerto.
Al cruzar el puente de madera, noté los ojos que se abrían tras las ventanas.
Susurros.
Puertas que se cerraban.
Miradas que me esquivaban.
—La hija perdida —escuché murmurar a una mujer—. La que trajo la luna roja.
Seguí caminando, con el corazón golpeándome las costillas.
Mis botas dejaron huellas oscuras sobre el barro, y juraría que las marcas brillaban débilmente, como si el bosque aún se aferrara a mí.
Cuando llegué a la plaza, el silencio fue total.
El reloj del campanario había dejado de moverse; las agujas marcaban la hora exacta en que todo cambió.
Y allí, frente al pozo antiguo, me esperaba alguien.
—Volviste —dijo una voz que me hizo estremecer.
Era Eirik, el antiguo líder del clan, el hombre que me había criado después de la muerte de mis padres.
Su cabello ahora estaba gris, sus ojos llenos de reproche.
—Creí que estabas muerta, Elena.
—Yo también lo creí —respondí.
Eirik me observó largo rato, como si tratara de descifrar qué quedaba de mí.
—No debiste regresar. El Consejo ha hablado. No eres bienvenida aquí.
—¿Por qué? —dije con la voz quebrada—. Este es mi hogar.
—Ya no. —Sus palabras fueron cuchillas—. Desde que te fuiste, la luna no volvió a ser blanca. Las crías nacen inquietas, los lobos se esconden de la caza. Algo cambió… y empezó contigo.
No supe qué decir.
La marca en mi brazo ardió, como si respondiera a su acusación.
—No vine a hacer daño —intenté explicarme—. Solo quiero entender lo que soy.
—Lo que eres —repitió él con amargura—, es una grieta entre mundos.
Sus ojos se endurecieron.
—Arlo sigue contigo, ¿verdad?
El silencio me delató.
Eirik se acercó, y por un instante vi compasión en su mirada.
—El amor te cegó, Elena. Lo mismo que lo destruyó a él.
Quise defenderme, pero las palabras murieron en mi boca.
Él alzó la mano y tocó mi rostro.
—El Consejo decidirá tu destino al caer la noche. Hasta entonces, quédate lejos de los tuyos. Si te ven, habrá sangre.
Me di la vuelta antes de que me viera llorar.
Caminé sin rumbo hasta el borde del pueblo, donde el bosque comenzaba otra vez.
El cielo estaba gris, la luna invisible.
Y entonces lo escuché…
un aullido lejano, profundo, tan familiar que el alma se me partió.
No era un eco.
Era Callun.
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Editado: 21.11.2025