El aullido seguía repitiéndose entre los árboles, largo y profundo, como si naciera de la tierra misma.
No era un sonido natural; era un lamento… uno que conocía demasiado bien.
Callun.
Corrí sin pensar.
El bosque de Viggo parecía diferente, más denso, más vivo.
Las raíces se movían bajo mis pies, y las sombras se alargaban como si me reconocieran.
Cada paso me llevaba más lejos del pueblo, más cerca del lugar donde todo había comenzado.
El aire estaba helado.
Podía sentir el pulso del bosque latiendo con el mío.
Y entonces lo vi.
Entre la neblina, una silueta se movía con lentitud.
El cuerpo era fuerte, pero su andar torcido, como si cada movimiento doliera.
Sus ojos brillaban con una luz gris.
—Callun… —susurré.
Él levantó la cabeza.
Por un instante, la luna iluminó su rostro, y mi corazón se rompió.
Ya no era del todo humano, ni completamente lobo.
Su piel tenía cicatrices que parecían moverse, respirando.
El símbolo que lo unía a mí ardía débilmente en su pecho.
—Te dije que no me buscaras —dijo con voz ronca.
—No puedo no hacerlo —respondí—. Te escuché.
—No fuiste tú quien me oyó —su mirada se endureció—. Fue él.
El bosque tembló a su alrededor, y sentí la presencia de Arlo como una corriente eléctrica recorriéndome la piel.
La voz dentro de mí despertó:
“Nos pertenece a ambos.”
—Callun —dije, acercándome—, puedo ayudarte. Podemos romperlo juntos.
—No hay ruptura posible. —Su expresión se quebró—. Solo fusión.
Un silencio helado nos envolvió.
Sus ojos brillaron con lágrimas que nunca cayeron.
—Cada día, una parte de mí se apaga, y algo más antiguo toma su lugar.
—¿Arlo?
—No exactamente. Algo más profundo. Algo que estaba antes que él.
La tierra vibró bajo nuestros pies.
Los árboles se inclinaron hacia nosotros, como si escucharan.
El aire se volvió espeso, y el aullido se repitió, esta vez desde todas partes.
Callun cayó de rodillas.
Yo corrí a sostenerlo, pero cuando mis manos tocaron su piel, una ola de energía me atravesó.
Vi imágenes, fugaces y salvajes: un bosque ardiendo, lobos corriendo bajo una luna negra, un altar cubierto de huesos.
Y una figura, enorme, de ojos dorados, observándonos desde el abismo.
—¿Qué es eso? —grité.
Callun me miró, con la voz hecha ceniza.
—El primero. El que nos creó. Está despertando.
El suelo se partió.
Un rugido resonó tan profundo que el aire se rompió.
Y entonces supe que lo que había en Viggo, lo que había en nosotros, era apenas un reflejo de algo mucho más antiguo.
El bosque no respondía a mi nombre.
Me estaba llamando por el suyo.
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Editado: 21.11.2025