Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 28 – Los que despertaron

El aire cambió esa noche.
El bosque dejó de ser un lugar, y se convirtió en un cuerpo que respiraba a mi alrededor.
Cada hoja, cada raíz, cada piedra… parecía observarme.
Y en la distancia, un murmullo creciente: aullidos que no eran de Callun.

Me escondí entre los árboles.
La luna negra colgaba inmóvil, pero el suelo brillaba con una luz enfermiza.
Sombras con forma de hombres se movían en los bordes del bosque, sus ojos amarillos destellando entre la niebla.
No eran del pueblo.
No eran humanos.

Uno de ellos se adelantó.
Su piel estaba cubierta de cicatrices antiguas, su pecho marcado con símbolos iguales a los que había visto en mis visiones.
Cuando habló, su voz sonó como piedra deslizándose sobre piedra.

—Nosotros la sellamos. Y tú la abriste.

Retrocedí, el corazón desbocado.
—¿Quiénes son ustedes?
—Los primeros del pacto. Los que encerraron a la luna dentro de la carne. —Sus ojos me recorrieron con fascinación—. Llevas su sangre. La llave de la prisión.

Intenté negar, pero la marca en mi piel empezó a arder, como si respondiera a su presencia.
El líder levantó la mano.
Su palma brilló con la misma luz dorada que había cubierto a Callun.
—El ciclo no debía repetirse. El amor nunca debió mezclarse con la sangre.

Su voz se quebró en algo parecido al dolor.
—Fue Arlo quien rompió el juramento, ¿verdad? —pregunté.
Él asintió.
—Él la amó, como tú lo amas. Y el mundo sangró por ello.

El silencio se hizo espeso.
Me quedé sin palabras.
La historia se repetía, solo con nombres distintos.

—¿Qué quieren de mí?
—Queremos cerrarla otra vez —respondió el anciano—. Pero esta vez, el sacrificio debe ser completo.

El suelo tembló bajo mis pies.
—¿Qué significa eso?
—Que no puede quedar nada de ti. Ni cuerpo, ni alma, ni recuerdo.

El terror me paralizó.
Y entonces, desde el fondo del bosque, escuché un rugido.
Callun.

Los ancianos se tensaron.
Uno de ellos olfateó el aire.
—Él ya no es solo uno de los nuestros —dijo con voz grave—. El Primero lo toca.

El rugido se acercó.
La tierra se partió.
Y del humo surgió Callun, su cuerpo cubierto de sombras líquidas, los ojos ardiendo como brasas.
Ya no era el hombre que amaba.
Era algo más… algo hecho de luna y rabia.

—¡No la toquen! —gruñó, y el aire se rompió con la fuerza de su voz.

Los antiguos lobos retrocedieron, pero no huyeron.
Sabían lo que se avecinaba.
Y yo también.

Callun me miró una última vez.
—Corre, Elena. No quiero que veas lo que viene.

No obedecí.
Porque sabía que si huía… la historia se repetiría una vez más.

Y esta vez, yo no pensaba dejarlo solo.




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