El silencio que siguió fue tan profundo que dolía.
Ni los árboles se movían. Ni el viento respiraba.
Callun yacía en el suelo, su pecho subiendo y bajando apenas. El Primero flotaba sobre él, su forma temblando, desgarrada por la luz que había nacido de mí.
—¿Qué… qué soy? —pregunté, con la voz rota.
El Primero me miró, o tal vez me sintió.
Su rostro no tenía ojos, pero su mirada era más real que la de cualquier humano.
—Eres la última hija de la luna y del hombre. El eco de un amor que nunca debió existir.
Las palabras se incrustaron en mi mente como cuchillas.
Imágenes se abrieron dentro de mí, una tras otra: una mujer de cabello blanco abrazando a un lobo herido bajo una noche sin estrellas. Un beso prohibido. Una promesa que rompió el cielo.
De su unión nació una línea maldita.
Y en mí, esa línea había despertado.
—Elena —susurró Callun, su voz débil, apenas humana—, no dejes que te convenza…
Me arrodillé junto a él.
Su piel estaba caliente, casi quemaba.
—Callun, dime la verdad. ¿Lo sabías?
Su silencio fue mi respuesta.
El Primero habló entonces, su voz multiplicándose entre los árboles:
—Él lo supo desde el primer día. Fue enviado para vigilarte. Para asegurarse de que no renacieras.
Mi corazón se quebró.
Sentí una mezcla de furia y vacío que me hizo tambalear.
—¿Por eso me salvaste? ¿Por eso me amabas? ¿Porque temías lo que podría despertar?
Callun alzó la mirada, con lágrimas mezcladas con sangre.
—Te amé… a pesar de eso. No por eso. Nunca por eso.
Sus palabras ardieron más que cualquier herida.
El Primero rió, un sonido sin alma.
—El amor humano siempre destruye. Lo hizo una vez. Lo hará de nuevo.
Entonces lo entendí.
No se trataba de detenerlo.
Se trataba de romper el ciclo.
No de vencer al Primero, sino de borrar la línea que nos unía a él.
—Si muero, termina —dije, con voz baja.
Callun me agarró del brazo, desesperado.
—No. No otra vez. Ya lo vi en mis sueños, Elena. Vi lo que pasa si desapareces. No es libertad… es vacío. Todo se apaga.
El Primero extendió su mano hecha de sombras.
—Escoge, hija mía. La eternidad o el olvido.
El cielo tembló.
La marca en mi piel ardía, una estrella moribunda que pedía ser liberada.
Miré a Callun, su rostro cubierto de miedo y amor.
Y supe que la elección ya estaba hecha.
—No hay eternidad sin amor —susurré—. Y no hay amor sin sacrificio.
Cerré los ojos.
Y el mundo se volvió luz.
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Editado: 21.11.2025