La luz no era luz.
Era un peso.
Era una memoria viva que me envolvía como si me abrazara una marea hecha de siglos. Intenté respirar, pero no había aire; intenté moverme, pero no había cuerpo. Solo existía yo… o lo que quedaba de mí.
De pronto, todo se partió como vidrio.
Me vi caminando en un campo sin horizonte. No había luna, pero el suelo brillaba con su reflejo. Era como si la noche estuviera hecha de plata derretida. Y entonces escuché algo que jamás había escuchado: la voz de Arlo.
No hablaba con palabras.
Era un pulso. Un latido. Un nombre pronunciándome en mi interior.
Elena…
Me giré.
Ahí estaba.
No como el lobo inmenso que siempre había visto en mis visiones, ni como la sombra detrás de los árboles. Arlo se presentaba como un joven de mi edad, de ojos grises como la ceniza, con un hilo de luna corriendo por las venas. Pero su expresión era la misma que había sentido siempre: una tristeza que parecía demasiado grande para un rostro tan joven.
—Tú… —susurré—. Tú eres Arlo.
Él inclinó la cabeza, como si sintiera culpa por existir.
—Has venido antes de tiempo —su voz resonó dentro de mí, sin necesidad de que moviera los labios—. La muerte aún no te reclama.
—Pero yo la elegí —respondí.
Arlo extendió su mano hacia mí. No para tocarme, sino para mostrarme algo.
Detrás de él, el paisaje cambió: vi a la mujer de los cabellos blancos —mi antepasada— abrazando a un niño pequeño. Arlo. Su hijo. Su maldición. Su milagro.
—Mi madre dio su vida por detener al Primero —dijo él—, pero su sacrificio no fue suficiente. El ciclo siguió. Y tú… eres la última que puede romperlo.
Las imágenes cambiaron otra vez: vi a Callun, bajo la lluvia, arrodillado ante un altar de piedra, jurando protegerme antes incluso de conocerme. Vi a Viggo vigilando la frontera de los bosques, sabiendo que un día despertaría la sangre lunar.
Vi la verdad que nadie me había dicho.
—¿Por qué yo? —pregunté—. ¿Por qué tenía que nacer para esto?
Arlo sonrió, triste.
—Porque solo alguien hecho de luz y carne puede elegir. Los dioses no eligen. Los monstruos tampoco. Los humanos… ustedes deciden el mundo.
La luz a mi alrededor comenzó a disiparse.
Sentí algo tirando de mí desde lejos. Callun. Su voz. Sus manos intentando no perderme.
Arlo dio un paso hacia mí.
Por primera vez, me habló con verdadera urgencia.
—Si vuelves, Elena, no serás la misma. Y el Primero lo sabrá. Te buscará. Te querrá romper.
—No me importa.
—A mí sí.
Mi corazón dio un salto. Arlo nunca hablaba así.
Él era silencio.
Él era distancia.
Pero ahora… su voz temblaba por mí.
—¿Qué debo hacer? —susurré.
Arlo se acercó, rozando mi frente con dos dedos fríos como la luna.
—Recuerda mi nombre cuando despiertes. Y recuerda esto:
La luz no te eligió para ser un arma… sino un puente.
El mundo tembló.
La plata del suelo se quebró.
Callun gritó mi nombre desde otra dimensión.
Y Arlo, antes de desvanecerse, dijo:
—Vuelve. Aún no he terminado de contarte la verdad.
La luz explotó.
Y desperté.
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Editado: 21.11.2025