Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 33 – El primero en verme realmente

El rugido que atravesó el bosque no fue un sonido: fue una sentencia. Un llamado. Una mano gigantesca cerrándose sobre la noche. Todo se volvió quieto de golpe, como si incluso el viento hubiera decidido contener la respiración. Callun se tensó frente a mí, completamente transformado, con el pelaje erizado y los colmillos desnudos. La monstruosidad que venía hacia nosotros no era algo que pudiera intimidarse, pero él lo intentaría igual.

Por mí.

—Callun… —susurré, aunque sabía que su mente ya estaba sumergida en ese instinto feroz que solo los lobos cargaban.

Entonces lo vi.

Entre los árboles, una figura emergió como si la oscuridad la hubiera moldeado con sus propias manos. Alto, encorvado, hecho de sombras densas que parecían devorarse a sí mismas. Ojos como brasas apagándose y encendiéndose. La silueta de un lobo, sí, pero tan deformado que ya no pertenece a ninguna especie. Algo primitivo. Algo que los ancestros debieron encerrar y olvidar.

El Primero.

No avanzó.
Se deslizó.
Como si sus patas no tocaran la tierra.

Callun lanzó un gruñido que me heló la sangre. Pero el Primero no lo miró a él. Ni siquiera parpadeó. Su atención estaba fija en mí. Sentí su mirada entrando en mi carne como un dedo frío buscando el pulso.

Elena.

Mi nombre no sonó en mi cabeza.
Lo sentí en mis huesos.

—No… —murmuré, retrocediendo.

Callun se abalanzó primero. Su cuerpo chocó contra el monstruo como una tempestade. Pero el Primero lo apartó con una facilidad imposible, como si Callun fuera apenas una brasa que soplaba fuera de su camino. Lo vi caer contra un tronco, el impacto arrancándole un gemido animal que me desgarró por dentro.

—¡CALLUN! —corrí hacia él, pero el suelo tembló.
Una garra enorme cayó frente a mí, cortándome el paso.

El Primero bajó su cabeza monstruosa, acercándose tanto que pude sentir su aliento, un olor a tierra antigua, hierro y tormentas que nunca terminan. No me atacó. No me tocó. Solo me olió… como si me reconociera.

Como si fuera suyo.

Y entonces lo escuché otra vez.
Pero no era la voz del Primero.
Era la de Arlo.

No permitas que te marque.

Mi visión tembló. El aire vibró alrededor mío como si una luna invisible se hubiese encendido dentro de mi pecho. El Primer dio un paso atrás, sorprendido… ¿o intrigado?

Mi corazón latía en dos ritmos.
El mío.
Y el otro.

Una luz plata empezó a levantarse desde mi piel. No era brillo. Era… emanación. Algo despierto. Algo que no pude controlar.

Callun se arrastró hacia mí, aún en forma de lobo, su respiración entrecortada.

Pero cuando el Primero extendió su garra hacia mí, Callun rugió de un modo que jamás le había escuchado: un sonido desgarrado por el miedo. Por el amor. Por la certeza de que me estaba perdiendo.

—No —dije, aunque no sabía si se lo decía al Primero…
…o a Arlo dentro de mí.

La garra tocó mi pecho.

La luz explotó.




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