Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 34 – Cuando la luna se abre dentro de mí

La luz no explotó: se abrió.
Como si un segundo corazón hubiese despertado dentro de mi pecho y latiera hacia afuera, atravesando carne, hueso y noche. Sentí un calor violento, pero no doloroso. Era como si mi sangre se hubiera convertido en un río de plata ardiente que quería salir corriendo del cuerpo que ya no le alcanzaba.

El Primero retrocedió con un gruñido rasgado. Sus sombras se deshicieron como humo, desordenándose en el aire. Lo había sorprendido. A él. A la criatura que no teme ni recuerda cómo temer.

Callun no tuvo tiempo de reaccionar.
Estaba medio inconsciente, forzando su cuerpo a levantarse mientras su forma lupina vibraba, intentando estabilizarse. Su mirada—amarilla, rota—me buscó entre la luz, desesperado, confundido… y aterrado.

—E… le… na… —intentó decir, pero su mandíbula no era completamente humana.

Yo quería correr hacia él. Quería tocarlo. Decirle que estaba bien. Pero mis piernas no respondían. No era dueño de mis movimientos. Era como flotar dentro de mí misma, observando cómo un poder ajeno se derramaba desde mis manos abiertas.

Entonces lo sentí.

No fue una voz.
No fue un pensamiento.
Fue un latido dentro del latido.

Elena.

Era Arlo.
Pero esta vez no estaba “hablando”.
Estaba dentro de la luz.

—Arlo… ¿qué me hiciste? —susurré, aunque mi voz tembló como si hablara bajo el agua.

Te protegí.

La luz se intensificó. El Primero rugió, ahora con furia, con el orgullo herido de una criatura que no entiende por qué no puede devorar lo que ha marcado desde siglos atrás. Su sombra trató de acercarse, pero cada vez que lo hacía, la luz se expandía, obligándolo a retroceder como si lo quemara.

—No puedo… —jadeé— no puedo contener esto.

No debes contenerlo.
Debes aprender a mirarlo.

El suelo tembló bajo mis pies. Mi cuerpo ya no era del todo mío. Podía sentir mis uñas alargándose apenas, como si la luz empujara a mis huesos a cambiar. Pero no era una transformación. No era licantropía. Era otra cosa.

Era… herencia.

El Primero lanzó otro embate. Pero esta vez, Callun se interpuso.
Sin pensar.
Sin miedo.
Solo instinto puro de protegerme.

Su cuerpo chocó con las sombras, pero la criatura lo derribó de un manotazo. Callun cayó a mis pies, jadeando, sangre oscura resbalando por su costado.

—No… —susurré, y el dolor abrió más la luz.

Arlo volvió a hablar, suave… con un tono que jamás le había escuchado.

No dejes que lo tome. No dejes que marque tu carne. No dejes que te robe lo que ahora compartimos.

Sentí la respiración del Primero en mi nuca, como una ola de hielo. Se estaba acercando de nuevo, decidido a romper la luz que me rodeaba.

Y entonces, sin pensarlo, sin planearlo…
extendí mi mano hacia él.

La luz salió disparada como una espiral afilada.

El rugido que siguió no era de este mundo.

El Primero se desvaneció entre los árboles, retrocediendo a una velocidad imposible. No huyó. No puede huir. Solo se replegó, herido… intrigado… furioso.

La luz se apagó.

Caí de rodillas.

Y el bosque volvió a respirar.

Callun levantó la cabeza hacia mí, todavía en forma de lobo, y pude ver el horror y la tristeza mezclados en sus ojos.

Porque él lo sabía antes que yo:

Algo dentro de mí ya no era humano.
Y no era de Callun.
Era de Arlo.




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