El silencio después de la luz era peor que el rugido del Primero.
Dolía más.
Pesaba más.
Callun seguía en forma de lobo, pero su respiración era dura, entrecortada, casi como si hubiera corrido kilómetros cargando una montaña sobre la espalda. Sus ojos—ese amarillo que siempre me había dado seguridad—ahora brillaban con algo distinto.
No miedo.
No exactamente.
Era una mezcla insoportable de desesperación y pérdida.
—Callun —susurré, intentando acercarme.
Él retrocedió medio paso. Apenas un movimiento, pero suficiente para desgarrarme. Sus garras arañaron la tierra húmeda, indeciso. Como si no supiera si debía protegerme… o protegerse de mí.
—Soy yo —dije, aunque ni yo estaba completamente segura de que fuera cierto.
El aire todavía vibraba con restos de la luz que había salido de mí. Un zumbido suave, persistente, que parecía responder a mis emociones antes de que yo las entendiera. Cuando mi corazón se aceleraba, el bosque respondía. Cuando temblaba, el suelo también.
Callun ladeó la cabeza.
Me olía.
Me estudiaba.
Y lo vi:
él percibía algo dentro de mí que ya no pertenecía al mundo humano.
Quise tocarlo, pero entonces una voz emergió entre los árboles.
—Déjala respirar, lobo.
El corazón me dio un salto violento.
Viggo salió del bosque con la tranquilidad de alguien que camina entre ruinas que ya esperaba encontrar. Tenía la camisa rasgada, el cuello manchado con tierra y sangre seca, y los ojos fríos, analíticos. No parecía sorprendido. Ni impresionado por la luz. Solo… consciente.
—Llegas tarde —dije, sin ocultar el temblor en mi voz.
Viggo no apartó la mirada de mí mientras hablaba.
—No. Llegué justo cuando debía.
Callun soltó un gruñido bajo, amenazante, colocándose entre Viggo y yo. Pero incluso en su postura defensiva, había algo distinto. Menos firme. Menos seguro.
Viggo levantó las manos en un gesto casi burlón.
—Tranquilo, grandulón. Si quisiera matarte, no lo haría frente a ella.
Callun gruñó más fuerte.
—Ya basta —intervine, aunque mi voz salió débil—. ¿Qué está pasando conmigo?
Viggo me observó con una atención incómodamente precisa.
Sus ojos—siempre tan oscuros—parecían evaluar cada respiración mía, cada movimiento, cada temblor de piel.
—Lo que llevas dentro —dijo— no es algo que un humano debería portar.
—No tuve elección.
—Nadie la tiene —respondió él— cuando Arlo decide intervenir.
El nombre cayó como una marca al fuego.
Callun gruñó otra vez, esta vez con dolor.
Y yo… sentí la luz en mi pecho vibrar al escuchar ese nombre. Como si respondiera. Como si quisiera despertar. Como si Arlo estuviera escuchando desde algún lugar en el borde del mundo.
—¿Sabes lo que eres ahora, Elena? —preguntó Viggo, acercándose un poco más.
No respondí.
Porque no lo sabía.
Porque tenía miedo de saberlo.
—Eres un puente —dijo—. Entre la luz que Arlo dejó en ti… y la oscuridad que el Primero quiere reclamar.
Callun se tensó más.
Viggo continuó:
—Y eso te convierte en el objetivo. De ambos.
La luz dentro de mí latió.
Callun tembló.
El bosque se encogió.
Y yo…
Yo entendí que no había vuelta atrás.
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Editado: 21.11.2025