Viggo se acercó un paso más, pero no para consolarme ni para examinarme: lo hizo como alguien que calcula una distancia, que mide un riesgo, que decide si lo que tiene enfrente es salvable… o sacrificable.
Su mirada no era cruel.
Era peor: era práctica.
Callun lo sintió antes que yo.
Un rugido estalló desde su garganta, tan violento que hizo caer hojas de los árboles. Su cuerpo se interpuso entre Viggo y yo con un instinto feroz, primitivo, casi desesperado. Parecía más grande, más oscuro que antes. Como si el miedo de perderme lo inflara con rabia.
—Callun… —susurré, pero él no me escuchó. Ya estaba perdido en ese borde animal donde el amor se convierte en furia.
Viggo sonrió con un gesto apenas visible.
—Ahí está —murmuró—. El verdadero problema.
El aire se tensó como un hilo a punto de romperse.
—Di lo que tengas que decir —le exigí—. No sigas hablando sobre mí como si no estuviera aquí.
Viggo ladeó la cabeza.
—No hablo de ti, Elena. Hablo de él. Porque si no entiendes lo que viene, él será tu ruina.
Callun gruñó tan profundo que el suelo vibró.
Sus ojos estaban fijos en Viggo, pero no era odio lo que los hacía brillar. Era miedo. Y eso me mató un poco por dentro.
—Dime —insistí.
Viggo finalmente me miró como si la verdad no fuera una revelación, sino una condena.
—Arlo no te protegió —dijo—. Te marcó.
El silencio se desgarró como piel vieja.
Sentí mi corazón latir doble, esa vibración lunar que ya no podía ignorar. Una corriente de plata recorrió mis brazos sin que yo la llamara.
Callun retrocedió apenas un paso.
No por miedo a mí… sino por miedo de lo que esa marca significaba para él.
—No… —musité—. Él… Arlo me dijo—
—¿Qué? —interrumpió Viggo—. ¿Que eras especial? ¿Que era necesario? ¿Que tenías una misión?
Su risa fue tan amarga que casi tuvo sabor.
—Él siempre dice eso. Y siempre es mentira a medias.
Callun estalló.
No en luz.
No en sombra.
En rabia.
Saltó hacia Viggo con tal brutalidad que el aire se partió. Pero Viggo ya había anticipado el ataque; se movió hacia un lado con una velocidad que no parecía humana. Callun cayó al suelo, giró y volvió a lanzarse, pero Viggo levantó una mano y pronunció algo en un idioma que me heló los huesos.
Callun se detuvo en seco.
Como si algo invisible lo hubiese agarrado por la columna.
—¡DETENTE! —grité, sintiendo la luz crecer dentro de mí.
Viggo no se inmutó.
—Eso que llevas —dijo señalándome con la barbilla— altera todos los vínculos. Incluso el de él contigo.
Me sostuvo la mirada de un modo insoportable.
—Y él lo sabe. Por eso teme. Por eso duele. Porque si Arlo marcó tu alma… Callun ya no puede estar dentro de ella.
Las palabras fueron un golpe que no esperaba.
Una herida abierta donde no debía haber carne viva.
Callun, paralizado, dejó escapar un gemido suave, desgarrado, que no encajaba en un cuerpo tan grande.
Un sonido que no era de furia.
Era de pérdida.
Mi luz respondió a ese dolor.
Se encendió de una forma casi violenta.
Brilló en mis manos, en mi pecho, en mi garganta.
Viggo dio un paso atrás.
—Ahí está —dijo—. La prueba.
Hizo una pausa.
—Él ya no puede protegerte. No como antes. No contra Arlo. No contra el Primero.
Me miró fijamente.
—Y tú tendrás que elegir a cuál de ellos vas a destruir.
La luz explotó dentro de mí sin control.
Callun cayó al suelo.
Viggo retrocedió.
El bosque se abrió.
Y yo…
yo sentí que el mundo estaba a punto de romperse.
O yo con él.
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Editado: 21.11.2025