Elena siempre había sido un faro, incluso cuando no quería serlo. Pero esa noche, en el centro del bosque ennegrecido por la tormenta, su luz deja de ser guía y comienza a convertirse en una amenaza. No es una iluminación suave, cálida o protectora. Es una vibración inquieta, demasiado intensa, una energía que se expande como si fuera a desgarrar el aire.
Sus manos tiemblan, pero no de miedo: tiemblan porque ya no pueden contener lo que está saliendo desde dentro de ella.
—Elena… —Callun apenas puede pronunciar su nombre. Su respiración es irregular, la herida en su costado sigue abierta, cada paso que da parece un castigo, pero avanza igual. Se niega a quedarse atrás, aunque cada movimiento lo doble. Sabe que si no llega a ella, si no la toca, si no le habla, tal vez esa luz la devore entera.
Elena lo oye, pero es como escuchar desde bajo el agua, desde un lugar donde nada humano logra entrar. La luz alrededor de ella se expande de golpe en un estallido que hace retroceder incluso a los árboles. Un crujido atraviesa el suelo, como si la tierra misma reaccionara al descontrol.
Callun cae de rodillas, jadeando.
—¡Elena! Mírame, por favor… mírame…
Ella intenta hacerlo, pero al levantar la vista sus ojos ya no son del todo suyos: destellos blancos, fracturados, como vidrios rotos incapaces de reflejar una sola imagen coherente.
A unos pasos detrás, Viggo observa la escena con la mandíbula apretada, las manos en los costados, sin acercarse todavía. Parece contener algo más que preocupación: contiene decisión, contiene historia. Una historia que hasta ese instante había mantenido enterrada.
Amaya se gira hacia él, su voz temblando entre susto y rabia.
—¿Por qué no haces algo? ¡La estás viendo! ¡Se está perdiendo y tú…!
Viggo finalmente da un paso adelante. Solo uno, pero cambia todo.
—Porque no tenía derecho —dice en un susurro que, sin embargo, corta el ruido de la tormenta como una hoja—. No hasta ahora.
Callun intenta levantarse, apoyándose en un tronco.
—Viggo… si sabes algo… dímelo. No puedo controlarla solo.
Viggo mira a Elena como si la conociera desde antes de conocerla. Como si hubiese esperado este momento durante años.
—La luz que tiene dentro no es un don —explica con una calma que no tiene nada de fría—. Es un pacto. Uno que nunca debió despertar en ella.
Elena se arquea hacia atrás, un grito silencioso escapando de su garganta mientras un aro cegador se forma alrededor de su cuerpo, pulsando como un corazón desbocado.
—¿Qué pacto? —pregunta Amaya, acercándose a Viggo como quien exige una verdad que duele.
Viggo cierra los ojos un instante, como quien se rinde ante algo inevitable.
—El pacto que hice yo —dice—. Hace muchos años… el que acepté cuando pensé que nunca volvería a sentir nada por nadie.
Y cuando supe que Elena lo había heredado…
No intervine porque, si lo hacía… la condenaba.
La luz de Elena explota hacia arriba, y el bosque entero se cubre de un resplandor casi divino. Callun, sangrando, llega finalmente a tocar su brazo.
—Elena… vuelve —susurra.
Ella tiembla. La luz también.
Pero por primera vez… se detiene.
Y en ese instante, Viggo entiende: lo que él no podía hacer, Callun sí podía.
Porque donde él tenía culpa… Callun tenía amor.
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Editado: 04.12.2025