La luz se repliega como un animal herido, retrocediendo hacia mi pecho, hacia mis huesos, hacia ese lugar donde nunca pedí que viviera. El contacto de Callun es lo único que evita que me quiebre por completo. Su mano en mi brazo arde, pero es un fuego distinto… uno que reconoce mi forma, que no intenta devorarla.
Respiro. No sé cómo, pero respiro.
La oscuridad vuelve, no como enemiga, sino como un abrazo que me permite existir sin estallar. Me dejo caer sobre mis rodillas. Callun me sostiene antes de que toque el suelo, aunque su propio cuerpo tiembla bajo el esfuerzo. Siento la humedad caliente de su sangre en mi ropa.
—Callun… tu herida…
—No importa —murmura—. Solo mírame. Quédate conmigo.
Sus ojos me devuelven un ancla. La luz dentro de mí, esa cosa viva y rabiosa, se aplasta contra mis costillas, resistiéndose a desaparecer, pero al menos… deja de gritar.
Cuando levanto la vista, Viggo está de pie frente a nosotros. Su sombra se extiende larga, casi monstruosa contra el resplandor que aún parpadea a nuestro alrededor. A primera vista parece sereno, pero cuando lo observo bien… sus manos están temblando.
Temblando.
Viggo.
—Dijiste que el pacto era tuyo —le digo con la voz áspera, como si hubiese tragado arena—. ¿Qué significa eso? ¿Qué me hiciste?
Amaya da un paso hacia mí, como si quisiera interponerse entre nosotros, pero también como si necesitara la respuesta tanto como yo.
Viggo respira hondo. Es la primera vez que lo veo dudar, realmente dudar.
—Hace años —dice—, cuando creí que perdería el control de mi lobo para siempre, hice un trato con los guardianes del bosque. Les ofrecí mi luz… a cambio de conservar mi mente.
Pero no sabía… no sabía que la luz no se destruye. Se hereda. Se transmite a aquel que esté más cerca de tu alma.
Mi estómago se hunde.
—¿Aquel que esté más cerca? Viggo, yo ni siquiera te conocía…
—Eso creí —susurra él—. Pero tú ya estabas ligada a mí. Desde la primera noche en que pisaste Callun… algo en este bosque te eligió. O quizá fui yo sin darme cuenta.
La rabia me atraviesa el pecho como un latigazo.
—¿Entonces todo esto… esta luz… esta cosa que me está matando por dentro… es tu culpa?
Callun tensa la mandíbula.
Amaya exhala un insulto entre dientes.
Viggo baja la mirada.
—Sí.
Una chispa de luz vuelve a vibrar en mis brazos, como si respondiera a mi ira. Callun me aprieta más fuerte.
—Elena… cálmate. No dejes que te controle otra vez.
—No quiero calmarme —susurro. Mis dedos hormiguean, la luz sube por mis venas como electricidad venenosa—. Quiero respuestas. Quiero saber por qué nunca me lo dijiste. Por qué me dejaste pensar que estaba perdiéndome sola.
Viggo levanta la vista. Sus ojos —siempre tan impenetrables— ahora están rotos.
—Porque temía perderte de verdad —dice—. Y porque… si intervenía demasiado pronto, el pacto habría despertado por completo.
Y no habría vuelta atrás.
Lo miro fijamente.
—Ya no la hay.
Y Viggo no lo niega.
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Editado: 04.12.2025