Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capítulo 40 – El Precio del Ritual

Viggo no se mueve cuando digo que quiero intentarlo. No respira hondo, no baja la mirada, no muestra alivio ni sorpresa. Solo… asiente. Un gesto casi imperceptible, pero que cae sobre nosotros como un veredicto.

—No será rápido —dice con voz grave—. Ni limpio. Y una vez que empiece, no habrá forma de detenerlo.

Callun se acerca un poco más, apoyándose en el tronco para no caer.

—Explícalo —exige—. Todo. Sin omitir nada.

Viggo fija sus ojos en los míos.
Y siento, por primera vez, verdadero miedo en él.

—El ritual de ruptura separa la luz del alma —comienza—. La expulsa por la fuerza, rompiendo cada hilo que la une a tu cuerpo y a tu consciencia. Pero la luz no se deja arrancar sin luchar… y en esa lucha intentará llevarse lo que pueda.

Trago saliva.
La luz en mi interior palpita, como si escuchara cada palabra.

—¿Qué… qué puede llevarse? —pregunto.

—Recuerdos —responde Viggo sin titubear—. Sensaciones. Instintos. Partes de ti que jamás volverán.
Y si tu ancla no te sostiene con suficiente fuerza, podría llevarse más que eso. Podría llevarse tu mente.

Callun aprieta los dientes.

—No la voy a soltar. Te lo juro.

Viggo lo mira con una mezcla de respeto y desesperación.

—No es cuestión solo de voluntad —dice—. El que sirva de ancla debe estar… vinculado. No por sangre ni por destino, sino por algo que no se puede fingir. Algo que la luz reconozca como suyo.

Mi corazón late despacio.

—¿Amor? —pregunto con un hilo de voz.

Viggo mantiene la mirada fija en mí.

—Amor. O dolor. A veces, son la misma cosa.

Callun da un paso hacia mí, dejando atrás cualquier duda.

—Entonces estoy listo.

—No —responde Viggo con frialdad—. No lo estás. Aún sangras, apenas puedes respirar… si entras al ritual así, la luz te quebrará antes de poder sostener a Elena. Y si caes tú, cae ella también.

Callun aprieta los puños.

—No tenemos tiempo.

—Lo sé —admite Viggo—. Pero si lo hacemos esta noche, los dos morirán.

Amaya, que había permanecido muda, habla por fin.

—¿Y si él no es su ancla? —dice mirando a Viggo con un filo de sospecha—. ¿Y si tú lo eres?

El silencio cae como una sombra gruesa.

Mi estómago se contrae.
La luz dentro de mí… reacciona.
Late.
Se expande.
Como si respondiera al nombre no dicho que está entre todos nosotros.

Viggo desvía la mirada.
No lo niega.
Y eso es peor que admitirlo.

—No puedo serlo —dice al fin, en voz baja.

—¿Por qué? —pregunto—. Si tú me pasaste esta luz… si el pacto nació contigo…

Él da un paso atrás, como si mis palabras fueran cuchillas.

—Porque lo que me queda de alma… no soportaría sostener la tuya.
Y porque si yo entro a ese ritual contigo… ninguno de los dos volverá.

Callun lo mira con desconfianza, pero también con temor.

Yo, en cambio… siento cómo mi luz se agita, dividida entre dos pulsos.
Dos voces.
Dos heridas.

Y por primera vez entiendo la verdad cruel:

No es solo mi alma la que está en juego.

Es la suya.
Es la de ambos.

El ritual no será una decisión.

Será un sacrificio.




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