El silencio que siguió al estallido fue casi insoportable. No era un silencio normal: era denso, vibrante, como si la luz misma contuviera la respiración.
Elena estaba arrodillada, las manos apoyadas en el piso, jadeando. La luz alrededor de ella seguía viva, resbalando por su piel como si fuera parte de su sangre… y al mismo tiempo, como si no la reconociera.
Callun se acercó con pasos torpes, todavía herido, pero más preocupado por ella que por el dolor que le atravesaba el costado.
—Elena… mírame. ¿Estás escuchándome?
Ella levantó la vista. Sus ojos brillaban con un halo blanco, pero no estaban vacíos. Estaban asustados.
—No sé qué siento… —susurró—. No sé si esto es mío o suyo.
La luz tembló al oír la palabra “suyo”, como si reaccionara con celos o advertencia.
Callun frunció el ceño.
—¿Suyo?
¿Quién…? ¿El que va a “regresar”?
Elena apretó los dientes. Su pecho subía y bajaba de forma irregular. La luz rodeándola cambió de tono, tornándose más fría… y luego más cálida. Como si no pudiera decidir a quién obedecer.
—No lo recuerdo —dijo ella, con un hilo de voz—. Pero siento… algo. Como si una parte de mí lo estuviera esperando. Y no sé si quiero eso.
Callun la miró con un dolor que trató de esconder… pero no pudo.
—Elena, yo no necesito que lo recuerdes. Sólo necesito que recuerdes quién eres ahora.
La luz reaccionó. De golpe. Un latido incandescente que los empujó a ambos hacia atrás, como si la emoción de él hubiera sido tomada como un ataque.
—¡Callun! —gritó Elena, tendiendo la mano hacia él.
Él volvió a ponerse de pie con dificultad, el pecho ardiendo por el impacto. Pero siguió insistiendo, cada palabra cargada de algo que quizá no debería sentir tan fuerte… pero sentía igual.
—¿Sabes por qué te alcanza la luz cuando pierdes el control? —preguntó—. Porque te está siguiendo. Como yo.
Porque te está eligiendo. Como yo.
La luz vibró. Fuerte. Demasiado fuerte.
El aire chisporroteó con energía.
Elena llevó ambas manos al pecho, doblándose como si algo dentro de ella se agitara desesperado.
—No digas eso… —murmuró, casi en suplica—. Me haces sentir cosas que la luz no entiende. Y cuando siento demasiado… duele. Duele, Callun.
Él se acercó un paso.
La luz siseó como una bestia.
Viggo, que los observaba en silencio, finalmente intervino con voz baja:
—La luz reacciona a tus emociones más profundas, Elena. No puedes mentirle.
Ni a ella… ni a ti misma.
Elena cerró los ojos con fuerza.
Y el templo entero tembló.
La luz se envolvió alrededor de ella como un torbellino, haciéndola levitar unos centímetros del suelo. No dañándola… pero tampoco dejándola libre. Como si la reclamara.
Callun gritó:
—¡Déjala! ¡No es tuya!
El torbellino se intensificó al instante, como si se sintiera desafiado.
Viggo levantó una mano, advirtiendo:
—Callun, detente. La luz está tomando tu sentimiento como una amenaza.
—Entonces que lo haga —respondió él entre dientes—. Porque lo volveré a decir.
Sus ojos se clavaron en ella. Directos. Sin escudo.
—Elena, te quiero. Te elijo. No importa quién vuelva, ni quién hayas sido antes. Yo no voy a retroceder.
Ni ahora ni nunca.
El torbellino explotó en un destello blanco.
Elena gritó su nombre.
La luz rugió.
Y algo—o alguien—pareció responder desde muy, muy lejos.
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Editado: 04.12.2025