La luz estalló hacia afuera como un corazón rompiéndose. El sonido no fue un trueno, ni un rugido, ni un estallido… fue algo más antiguo, más profundo. Como si el bosque entero inhalara mi nombre de golpe.
Aelyren.
Ese nombre volvió a atravesarme, desgarrándome desde dentro. Caí de rodillas, la piedra helada del templo temblando bajo mi peso como si respirara conmigo.
Callun intentó llegar hasta mí, pero una pared de luz lo empujó hacia atrás, estampándolo contra una columna. Gritó —no de miedo, sino de dolor—, y eso me atravesó más que la luz misma.
—¡ELENA! —oí su voz quebrarse—. ¡Lucha contra él! ¡No es tu dueño!
Yo también quería creerlo. Quería aferrarme a esa versión de mí que había empezado a construir desde que llegué a Callun…
pero algo dentro de mí sabía que esa historia no empezó aquí.
Y entonces lo vi.
Entre las partículas de luz que seguían temblando en el aire, una figura comenzó a tomar forma. No era sólida. No del todo. Era como una sombra hecha de luz invertida; cada borde brillaba y cada centro era oscuridad pura.
Y cuando habló, no movió la boca.
—Aelyren.
Mi luz.
Mi mitad.
Me quedé paralizada. Mis piernas, mis manos, mi voz… todo me pertenecía y al mismo tiempo nada lo hacía. Esa presencia tiraba de mí como si estuviéramos unidos por una cadena invisible.
—¿Quién… eres? —logré preguntar, aunque mi voz sonó como si no fuera sólo mía.
La figura dio un paso (o algo parecido a un paso). Las sombras se arrastraron detrás de él, obedientes.
—Soy lo que dejaste atrás —susurró—. Lo que renunciaste cuando decidiste venir al mundo humano.
Soy tu enlace.
Tu origen.
Tu luz perdida.
Callun, todavía jadeando contra la columna, escupió sangre y gruñó:
—Mientes. Ella no perdió nada. Tú se lo robaste.
La figura giró hacia él sin moverse realmente.
—Tú no existías cuando ella eligió. No sabes nada de lo que fue. No sabes lo que es poseer una mitad divina y arrancarla para vivir como carne.
La palabra “divina” me abrió un hueco en el pecho.
—Yo… ¿no soy humana? —pregunté temblando.
Viggo habló entonces, su voz quebrada.
—No del todo.
Elena… tú no tenías por qué recordar esto.
La figura —mi “mitad”, como él decía— extendió una mano hacia mí. Y la luz dentro de mí respondió, vibrando, emocionada, como un animal reconociendo a su dueño.
—Aelyren —susurró—. He venido a reclamar lo que es mío.
A ti.
Callun rugió con un dolor que no le había escuchado nunca.
—¡Ella no es una cosa! ¡No te pertenece! ¡Ella eligió vivir aquí, entre nosotros!
La figura inclinó la cabeza, como estudiándolo.
—Y tú la romperás —dijo con voz suave, peligrosa—.
Ya la estás rompiendo.
Ella no fue hecha para amar a un lobo.
Yo retrocedí, como si me hubiera golpeado.
—Detente —susurré—. No quiero escuchar más.
—Pero debes —respondió él—.
Porque si no vuelves conmigo…
el poder que está despertando dentro de ti destruirá todo lo que toques.
Incluido él.
Mi corazón se partió en dos.
Entre la vida que había elegido…
y la verdad que estaba devorándome.
La figura extendió la mano otra vez.
—Ven, Aelyren.
Antes de que sea demasiado tarde.
Y la luz, mi traicionera luz, dio un paso hacia él… por mí.
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Editado: 04.12.2025