La luz da un paso hacia él, hacia esa figura que dice ser mi mitad, y mi cuerpo quiere obedecer. Es como si cada partícula en mi sangre recordara algo que mi mente humana se niega a aceptar. Un tirón, suave al principio, luego brutal, como si alguien me arrancara de mí misma.
—No… —susurro, pero la palabra sale débil, consumida por ese fulgor traicionero.
Callun no lo soporta.
Lo escucho romper algo —una columna, tal vez— al liberarse de la prisión luminosa que lo retenía. Un rugido crudo, animal, nace de su pecho. No es rabia, no es furia. Es desesperación.
—¡NO TE LA LLEVARÁS! —gruñe, su voz quebrada por el dolor.
La luz lo golpea de nuevo. Lo veo caer de rodillas, la piel desgarrándose al recibir ese impacto divino que no fue hecho para un cuerpo lupino. Su espalda se arquea, sus uñas arañan la piedra, y aun así intenta levantarse otra vez.
—No lo hagas —dice la figura, sin siquiera girarse hacia él—. La destruirás… y te destruirás a ti mismo.
—Ella es mía —escupe Callun—.
Es mi pareja. Es mi hogar. No entiendes lo que significa eso.
La figura por fin lo mira. O eso creo; sus ojos son huecos de luz invertida, imposibles de descifrar.
—Ella fue algo más que eso —dice, casi como si le doliera—. Antes de que tú existieras… ella era mi origen. Mi centro. Mi igual.
Ella no pertenece a un pueblo escondido en la tierra.
Pertenece al cielo.
La palabra “cielo” en su boca suena como un filo.
Y en ese instante, un recuerdo se abre dentro de mí. No como una visión suave. No como un sueño.
Sino como un portal arrancado a la fuerza.
Veo… mis manos hechas de luz.
Veo un bosque que flotaba sobre la tierra, suspendido en un tiempo que no era tiempo.
Y veo a esa figura —mi mitad— mirándome con el único gesto que jamás había visto en él: vulnerabilidad.
—No te vayas —susurró él en ese recuerdo—. Si cruzas ese límite… olvidarás todo lo que somos.
—Quiero sentir —respondí con un hilo de voz.
—Sentir te romperá —me advirtió.
—Tal vez —dije, tocando su rostro de sombra y luz—. Pero si no lo hago… nunca sabré quién puedo ser fuera de ti.
Y crucé.
Crucé el umbral entre ese lugar y el mundo humano.
Y él gritó mi nombre —Aelyren— con un dolor que ahora entiendo.
El recuerdo me golpea tan fuerte que me tambaleo. Callun corre hacia mí aunque la luz lo quema. Huele a sangre, a tierra, a desesperación.
La figura da un paso más.
—Ya lo ves, Aelyren. Tú elegiste irte. Pero tu luz… nunca te dejó del todo. Por eso la recupero ahora.
—No —digo, esta vez firme, con lágrimas calientes resbalando por mi cara—. Yo elegí sentir.
Y lo sigo eligiendo.
Callun me toma del brazo, temblando, como si cada segundo pudiera ser el último.
—Elena —susurra él—. No vuelvas con él. No me dejes.
La figura extiende su mano una vez más.
Y yo… debo decidir qué parte de mí es real.
La luz.
O el amor que elegí.
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Editado: 04.12.2025