El silencio cayó como un peso vivo. No era quietud: era tensión contenida, suspendida, vibrante, como si el aire mismo estuviera escuchando.
Elena sintió primero un latido. No suyo. No humano. Un golpe seco, profundo, que le hizo temblar las costillas desde dentro.
—No te acerques más —advirtió Seryon, aunque su voz salió más baja de lo que pretendía.
Pero la luz ya no respondía a nadie.
Un resplandor blanco comenzó a brotar desde las marcas que Elena tenía en los antebrazos, al principio como si fueran venas que se encendían, luego como grietas que abrían paso a algo demasiado grande para caber en su cuerpo. El suelo vibró. Una corriente tibia, casi acariciante, la envolvió como si intentara calmarla... o contenerla.
Callun dio un paso hacia atrás. Fue la primera vez que parecía realmente asustado.
—Eso no es normal —murmuró—. Ni siquiera para ella.
Elena intentó hablar, pero la luz se adelantó. Una bocanada de energía salió disparada hacia arriba, como un rayo que atravesó el techo sin destruirlo, abriendo una columna perfecta y silenciosa. La habitación se llenó de aire ionizado, ese olor metálico previo a una tormenta.
Y entonces ocurrió.
Algo despertó.
Pero no dentro de Elena… sino detrás de ella.
Una figura se delineó en el resplandor, como si una sombra hubiera tomado forma dentro de la luz misma. No tenía rostro al principio, solo contornos que vibraban entre lo humano y lo imposible. Seryon juró en voz baja. Callun apretó la empuñadura de su arma, aunque dudaba que sirviera de algo.
—¿Elena…? —susurró Seryon, sin quitar los ojos de la silueta—. ¿Lo estás haciendo tú?
Elena negó. Temblaba, pero ya no de miedo. Era otra cosa. Algo parecido a reconocimiento.
La figura terminó de solidificarse y dio un paso adelante. La luz se recogió alrededor de sus pies como si la siguiera obediente, como si ella fuera la verdadera fuente.
Y entonces habló.
Una voz femenina, suave pero capaz de quebrar piedra, pronunciando el nombre de Elena como quien despierta a alguien que ha dormido demasiado tiempo:
—Por fin.
Elena sintió un choque, un tirón en el pecho, como si una memoria enterrada intentara llegar a la superficie.
—¿Quién… eres? —logró preguntar.
La mujer sonrió, y la luz detrás de ella crepitó como un sol recién nacido.
—No lo recuerdas aún —respondió—. Pero me llamaste. Me llamaste cuando aceptaste la luz… y ahora he venido a reclamar lo que dejaste atrás.
Seryon se movió instintivamente para ponerse entre Elena y la aparición.
—No vas a tocarla —gruñó.
La figura inclinó la cabeza, con una expresión casi compasiva.
—Oh, Seryon… siempre tan dispuesto a proteger lo que nunca te perteneció.
Callun abrió los ojos como si hubiese entendido algo que preferiría no saber.
Elena dio un paso adelante, con la luz brillando ahora desde dentro de sus pupilas.
—Dime quién soy —dijo ella, firme.
La mujer extendió la mano hacia ella. No para atacarla. Para ofrecerle algo.
—Eres la que olvidó. La que fue sellada. La que renunció a su nombre. Y este despertar… es apenas el comienzo.
El suelo volvió a temblar. Una fractura de luz recorrió toda la habitación.
Y en ese instante, Seryon entendió que no estaba presenciando un estallido de poder.
Estaba presenciando el regreso de algo… o de alguien que jamás debió volver.
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Editado: 04.12.2025