La luz retrocedió lentamente, envolviendo a la mujer como si la coronara. No era humano lo que emanaba de ella; no era divino tampoco. Era algo primario, algo que la realidad parecía esforzarse por sostener.
Elena tragó saliva. Cada fibra de su cuerpo vibraba con un reconocimiento que no podía explicar.
—Dime quién eres —repitió, esta vez sin temblar.
La mujer la observó en silencio. No con dureza, sino con una profunda, casi dolorosa ternura.
—Mi nombre no debe ser pronunciado aquí —respondió—. Pero tú lo conoces. Lo guardas en la parte de ti que olvidaste por voluntad propia.
Seryon entrecerró los ojos, tenso, a punto de intervenir.
—No juegues con ella.
La figura lo miró. Solo un segundo. Pero ese segundo bastó para que el aire se pesara como plomo. Seryon retrocedió un paso, como si algo invisible le presionara el pecho.
—No le hago daño —dijo la mujer—. Tú eres el que no entiende lo que está frente a ti.
Callun dio un paso al frente. Su voz, aunque suave, cortó el silencio.
—Eres una… Guardiana, ¿cierto?
La mujer esbozó una sonrisa triste.
—Fui muchas cosas antes de que existieran nombres para describirlas.
Luego volvió sus ojos hacia Elena.
—Y tú también.
Elena sintió un tirón en la nuca, como si un recuerdo golpeara desde adentro. Imágenes fugaces. Una torre envuelta en oro. Un círculo de doce luces. Una sombra gigante rompiendo el cielo. Y ella… ella de pie frente a todo eso, con la misma mujer a su lado.
—¿Qué soy? —susurró, ya sin huir de la respuesta.
La mujer extendió su mano, sin tocarla.
—Eres la llave que cerró el origen para que este mundo no se deshiciera. La única capaz de contener la primera luz… y la primera sombra.
Seryon sintió un escalofrío recorrerle la columna.
Callun bajó la mirada, como si acabara de confirmar un temor antiguo.
Elena, en cambio, no retrocedió.
—Si lo que dices es cierto… si yo hice todo eso… ¿por qué no lo recuerdo?
La figura la observó con un dejo de melancolía.
—Porque tu sacrificio fue completo. Sellaste tu memoria para impedir que otros la encontraran… o te usaran. Incluso a mí.
Elena abrió los ojos, sorprendida.
—¿Te… sellé a ti?
La mujer asintió.
—Me dejaste atrapada en un eco de luz, esperando a que volvieras a llamarme. No para reclamarte… sino para advertirte.
El aire cambió. Una presión fría, distinta, entró en la habitación.
La luz de la mujer tembló.
—Él lo sintió —susurró—. Tu despertar. Y ahora viene.
Seryon reaccionó primero.
—¿Quién viene?
La mujer miró a Elena, directamente, con un brillo que mezclaba orgullo y terror.
—El único que puede deshacer lo que tú creaste.
El único que te conoció antes que yo.
El único que recuerda tu verdadero nombre.
Elena sintió que algo dentro de su pecho se quebraba ligeramente… no de miedo, sino de reconocimiento.
La mujer se inclinó, acercándose lo suficiente para que solo Elena escuchara:
—Viene por ti, Luz Fragmentada.
Una sombra cruzó la habitación, fugaz y silenciosa.
Callun se tensó.
Seryon desenvainó su arma.
La figura dio un paso atrás, su luz comenzando a deshacerse como un reflejo en agua agitada.
—No tengo más tiempo —dijo—. Recuerda esto: no confíes en el que diga conocerte. Aún no. No hasta que recuerdes tu nombre verdadero.
El temblor se intensificó. La mujer se difuminó.
—¿Cómo te llamas? —gritó Elena, desesperada.
La mujer alcanzó a sonreír antes de desvanecerse.
—Me llamarás cuando estés lista.
Y desapareció.
La luz se apagó abruptamente.
Quedó el silencio.
Hasta que una voz, masculina, desconocida, resonó a sus espaldas:
—Te encontré.
Elena giró. Y lo vio.
#5505 en Novela romántica
#1658 en Fantasía
#814 en Personajes sobrenaturales
hombres lobo, amor desilusion encuentros inesperados, bosque drama ficcion
Editado: 04.12.2025