Elena no supo si su corazón dejó de latir o si simplemente olvidó cómo hacerlo. El hombre frente a ella no se parecía a ninguno de los seres que había visto: ni lobo, ni humano, ni guardián. Su presencia era un golpe silencioso que obligaba al resto a retroceder aunque él no moviera un músculo.
Su sombra no obedecía la luz del cuarto. Se alargaba, se encogía, respiraba.
—No… —murmuró Seryon, aferrando su arma—. Tú no deberías existir.
El hombre sonrió con una calma que erizaba la piel.
—Muchos dicen eso de mí —respondió—. Pero aquí estoy.
Callun avanzó un paso, aun rengueante por la herida que no terminaba de cerrar.
—No la toques.
El desconocido lo miró igual que se mira a una hoja caída en otoño: con una mezcla de indiferencia y piedad.
—Callun de Viggo —dijo con voz baja pero clara—. Tú también la olvidaste, aunque juraste que nunca lo harías.
Elena sintió un latigazo de confusión.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, incapaz de apartar la vista de él.
El hombre inclinó la cabeza, como quien mira a alguien muy querido después de demasiados inviernos separados.
—Digo la verdad que te arrancaste a ti misma —susurró—. Si supieras quién eres… quién eras… este mundo temblaría igual que tembló entonces.
Elena tragó saliva. Algo caliente, casi doloroso, se apretó en su estómago.
—Dime tu nombre —exigió.
—Tú ya lo sabes —respondió él, acercándose un paso—. Lo dijiste miles de veces antes de que decidieras olvidar.
Ella retrocedió instintivamente, pero Callun la sostuvo por el brazo.
—No le creas —murmuró él, aunque su voz sonó quebrada, como si parte de sus palabras estuviera dirigida a sí mismo.
El desconocido observó ese gesto y sonrió con una tristeza profunda.
—Siempre la querías así —dijo—. Entre tus manos, aun cuando sabías que no te pertenecía.
Callun gruñó, casi transformándose, pero la mano de Elena sobre su pecho lo detuvo.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella.
El hombre dio otro paso. No parecía caminar; parecía deslizarse sobre un recuerdo antiguo.
—Quiero devolverte lo que dejaste atrás.
Quiero mostrarte lo que eras antes de romper el origen.
Quiero… —y aquí su voz se quebró ligeramente— quiero que recuerdes por qué me elegiste a mí primero.
Elena sintió que el piso bajo sus pies se abría como una grieta.
—¿Elegirte… primero?
Callun la soltó.
Viggo miró al desconocido con un horror controlado, como si finalmente entendiera algo que nunca había querido aceptar.
—No puede ser —susurró—. Él estaba sellado. Él estaba muerto.
El hombre alzó una ceja.
—A veces la muerte es solo una pausa.
A veces… es una promesa.
Se detuvo frente a Elena. No la tocó, pero el aire entre ambos vibró como si sus memorias intentaran encajarse a la fuerza.
—Mi nombre —dijo finalmente— es Erevan.
Elena sintió un golpe en el pecho. Una palabra. Un recuerdo fugaz. Un susurro que había escuchado antes… en sueños, en pesadillas, en los ecos de su luz.
Y antes de que pudiera preguntar nada más, Erevan extendió la mano hacia ella.
El mundo se agrietó.
Y todo, absolutamente todo, se volvió blanco.
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Editado: 04.12.2025