Luna de Sangre: El Silencio de Arlo

Capitulo 54 - El despertar de lo nunca nombrado

El suelo se abrió como una herida. No un temblor, no un fenómeno natural: era el mundo retrocediendo ante algo que no debía existir. La luz en mi pecho ardió tanto que tuve que llevarme ambas manos al corazón para no caer.

Callun se interpuso delante de mí, lobo incluso en su forma humana, el instinto por encima del miedo.

—¿Qué es eso? —gruñó.

Erevan observó la grieta que se abría bajo nuestros pies con un horror que no había mostrado nunca.

—Lo que nunca debió despertar.
Lo que sellaste tú misma antes de olvidar quién eras.

Las raíces del bosque se replegaron como si huyeran. El aire se volvió tan pesado que cada respiración fue un castigo. De la grieta emergió un humo oscuro, espeso como sangre coagulada, una sombra que no tenía forma… pero sí hambre.

—No tiene un nombre —dije, sin entender cómo lo sabía—. Nunca se lo di.

Erevan afirmó con la cabeza.

—Porque darle un nombre lo habría atado al mundo. Y tú sabías que… si llegaba a manifestarse completamente, devoraría todo lo que tocase, incluso a ti.

Callun gruñó, mostrando los colmillos.

—Entonces lo destruimos.

—No puedes —respondió Erevan—. Nadie puede destruir algo que fue creado de la parte de ella que eligió… renunciar.

El humo tomó una forma más definida. Como una silueta. Como una criatura que imitaba un cuerpo humano sin entenderlo realmente. Los dedos eran demasiado largos. La boca inexistente. El rostro liso y negro, sin ojos.

Pero podía sentirnos.
Podía olernos.
Podía reconocerme a mí más que a cualquier otro.

La sombra habló sin voz, como si la comunicación fuera directa en mi mente:

—Tú me dejaste atrás.
Tú me creaste.
Tú me abandonaste.

Me tambaleé hacia atrás. Callun me sostuvo.

—Elena, no te acerques.

Pero la sombra avanzó, su no-rostro inclinado hacia mí, y las raíces bajo ella se marchitaron hasta convertirse en polvo.

—Eres mía.
Soy lo que fuiste cuando temiste ser eterna.
Soy tu ruina.

Erevan se interpuso, por primera vez con desesperación.

—¡No te la llevas! Ella ya pagó ese precio. ¡Ella eligió vivir!

La sombra lo embistió con una fuerza antinatural. Erevan salió disparado contra un árbol, que explotó en astillas. Callun rugió, transformándose parcialmente, ojos dorados, venas negras por la luz que lo lastimaba si se acercaba demasiado a mí.

—¡Corre! —gritó.

Pero no pude.

Porque la sombra me alcanzó primero.

Se pegó a mi piel como tinta viva, trepando por mi cuello, entrando en mi mente con una rapidez devastadora.

—Elena —gritó Callun—. ¡Elena!

Mi visión se volvió negra por los bordes.

Erevan intentó levantarse, pero la sombra lo tomó del cuello y lo arrojó lejos como si fuera un muñeco sin peso.

La sombra se metió dentro de mi pecho, donde la luz ardía.
Y ambas chocaron como dos galaxias colisionando.

Mi cuerpo convulsionó.

Mi grito no fue humano.

El mundo entero escuchó cómo la luz y la oscuridad dentro de mí se enfrentaron por primera vez.

Y no sabían cuál de las dos saldría viva.




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