Erevan se arrodilló frente a mí, como si mi presencia fuera lo último que quisiera mirar antes de desaparecer. Intenté tocarlo, pero mi mano lo atravesó como si fuera humo hecho de memoria.
—No… Erevan… por favor…
Él negó con la cabeza.
—No llores por mí, Aelyren. Elena. Mi luz. Mi sombra. Mi todo. —Su voz se quebró por primera vez—. Te esperé demasiado. Y ahora al fin puedo dejarte ir.
Callun apartó la mirada, no por celos, sino por respeto. Él entendía ese tipo de despedida.
La que se da solo una vez en una vida.
O en varias.
Erevan tomó aire como alguien que aprende por primera vez a respirar.
—¿Me… recuerdas? —preguntó con una fragilidad que me hizo temblar.
—Sí —susurré—. Te recuer… —la voz se me cortó—. Te recuerdo.
Y te perdono.
Y te agradezco.
Él exhaló, un suspiro lleno de siglos.
—Entonces puedo irme en paz.
La luz alrededor de su cuerpo comenzó a elevarse.
Callun dio un paso atrás, observando sin decir palabra.
—Erevan… —traté de no sollozar—. ¿A dónde vas?
—Al origen —respondió, mirando el cielo—. Al lugar donde lo que no pertenece a este mundo, descansa.
Y yo… ya no pertenezco aquí.
Quise gritarle que sí.
Quise pedirle que se quedara.
Que me enseñara más.
Que me perdonara.
Que me dejara agradecerle todo lo que sacrificó.
Pero las palabras se ahogaron en mi garganta.
Él alzó una mano hacia mi rostro, aunque ya no podía tocarme.
—Prométeme algo, Elena.
—Lo que sea…
—No vuelvas a dividirte por miedo.
Ni por amor.
Ni por destino.
Tu fuerza está en ser una sola.
Una luz. Una sombra.
Una mujer.
Las lágrimas me corrían por la mandíbula.
—Lo prometo.
Erevan sonrió por última vez.
—Así te quise siempre.
Y su cuerpo se deshizo en partículas de luz dorada que se elevaron entre los árboles, flotando como luciérnagas.
Callun me abrazó cuando mis piernas se apagaron, sosteniéndome mientras el último rastro de Erevan desaparecía entre las hojas.
—Elena —susurró—. Lo siento…
—No —respondí, apoyando mi frente en su cuello—. No lo sientas. Solo quédate conmigo.
Ahora sí puedo amarte sin destruirte.
Callun me tomó el rostro, sus dedos cálidos y fuertes.
—Entonces no te suelto jamás.
Y me besó.
Un beso que no era desesperado.
Ni doloroso.
Ni marcado por la pérdida.
Era un comienzo.
El bosque respiró con nosotros.
La luz y la sombra dentro de mí se unieron en un latido perfecto.
Viggo volvió a nacer.
Erevan descansó.
El destino quedó atrás.
Y yo…
Yo finalmente era Elena.
Completa.
Peligrosa.
Libre.
Amada.
#5505 en Novela romántica
#1658 en Fantasía
#814 en Personajes sobrenaturales
hombres lobo, amor desilusion encuentros inesperados, bosque drama ficcion
Editado: 04.12.2025