Han pasado tres meses desde la noche en que casi destruyo todo.
Tres meses desde que Viggo desapareció entre los árboles, dejando tras de sí un silencio demasiado pesado para ser simple ausencia. Y aunque Callun insiste en que el peligro ha pasado, cada fibra de mi cuerpo sabe que no es cierto. La luz dentro de mí no se comporta igual. Late como si algo —o alguien— la estuviera llamando desde muy lejos.
Y ahora empiezo a entender por qué.
La primera señal llegó hace una semana, cuando la luna se volvió anormalmente pálida. Callun lo sintió antes que yo. Se tensó como si un antiguo instinto hubiera despertado de golpe, y su mirada —siempre tan firme— vaciló por primera vez desde que estamos juntos.
—Él está de vuelta —susurró, sin atreverse a decir su nombre.
Yo también lo sentí esa noche.
Un tirón en el pecho. Un susurro en la sangre. Un nombre que traté de olvidar… pronunciado dentro de mí como un eco suave y venenoso.
Vuelve.
Pero no se lo dije a Callun.
No pude.
En cambio, traté de ignorar cómo la luz se me escapaba de las manos durante el sueño. Cómo mis ojos brillaban solos en el reflejo de la ventana. Cómo, por un instante, mi sombra se curvó… como si no fuera solo mía.
El pueblo también empezó a cambiar.
Los lobos del bosque aullaban demasiado cerca.
Los ancianos del consejo murmuraban sobre “la marca del que regresa”.
Y Callun se mantenía más inquieto, más protector, más temeroso de que Viggo volviera por mí.
Pero lo peor no fue nada de eso.
Lo peor ocurrió anoche.
Me desperté con el sonido del viento rompiéndose contra la casa. Callun estaba junto a mí, pero su respiración era tensa, agitada. Y cuando abrió los ojos, su expresión me heló.
—Elena… no eres tú —susurró, sin moverse.
Y entonces lo sentí.
Una mano invisible apretando mi corazón desde dentro. Un calor oscuro recorriéndome la espalda. Una presencia que conocía demasiado bien.
En el espejo, no vi solo mi reflejo.
Había otra figura, borrosa, casi translúcida… una silueta masculina envuelta en oscuridad, con ojos que brillaban como brasas apagadas.
Viggo.
Pero no como lo recordaba.
No como un líder frío y contenido.
Sino como algo más viejo, más salvaje… y más desesperado.
—El vínculo no terminó —susurró en mi mente—. Nunca terminó.
Me derrumbé contra el suelo mientras la luz explotaba detrás de mis ojos. Callun gritó mi nombre, trató de sostenerme, pero algo —algo que no era yo— lo lanzó contra la pared.
Cuando pude respirar otra vez, la silueta en el espejo había desaparecido.
Pero su mensaje quedó grabado en mi sangre.
Viggo no se fue.
Nunca pretendió hacerlo.
Y ahora viene por mí.
Y esta vez…
no quiere que elija.
Quiere reclamar lo que, según él, siempre fue suyo.
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Editado: 04.12.2025