Luna de soltería

Zoe

Bufo molesta cuando recibo un cheque, tras recibir la bronca del año. Y encima solo por ser honesta. No quiero imaginar qué hubiera pasado si llego a decir todo lo que estaba pensando.

 

Al parecer, decirle a un cliente "Si quiere pajearse mirando el culo de mis compañeras, existen los baños" es poco ético y profesional.

 

¿Desde cuándo es poco profesional decirle a un señor que deje de meterse mano en mitad de una cafetería? Encima con el descaro de mirar fijamente a mis compañeras, bueno, ex-compañeras. ¡Hasta ellas estaban incómodas! A estas alturas ya no hay respeto ni nada en lugares públicos. Me parece muy fuerte que me despidan a mi y ese hombre se vaya de rositas.

 

— Ahora vete— me ordena mi ex jefa— No esperes recibir una buena carta de recomendación por mi parte.

 

— ¡Pero si solamente he sido honesta! — replico— Ni siquiera me has dejado darte una explicación.

 

— No la necesito. No es la primera queja que recibo de tí por tu "honestidad"— hace comillas con los dedos— ¿Debo recordarte a la señora del chihuahua?

 

— ¡Ese chucho me mordió!— me defiendo.

 

— ¿Y tuviste que lanzar al perro?

 

— ¡Fue un accidente! No me soltaba y sacudí la mano. Yo que iba a saber que el pulgoso ese, iba a salir volando como un avión de papel.

 

— ¿Y la vez del niño sordomudo?

 

— Eso sí fue mi culpa. Pero cabe decir que no sabía que el lenguaje de signos decía eso. ¡Lo busqué en Google! Quería darle una sorpresa— me rasco la nuca.

 

— Le dijiste que ojalá se muriera su perro— se cruza de brazos.

 

— ¡Fue sin querer! El lenguaje de signos es complicado.

 

— Zoe, vete— demanda.

 

— Necesito la carta de recomendación, por favor— le suplico— Hazlo por el tiempo que he pasado aquí.

 

— Me lo pensaré. Pero vete ahora o sino ni lo pensaré, será un no.

 

— Vale, vale. — Elevo las manos en señal de rendición y me levanto de la silla en la que estaba sentada.

 

Giró sobre mis talones y camino hacia la puerta. Cuando salgo, pego un portazo del cuál después me arrepiento. Vuelvo a abrir la puerta y asomo la cabeza con una sonrisa inocente.

 

— Perdón. El aire.

 

— Adiós, Zoe— me mira con aburrimiento la mujer.

 

Vuelvo a cerrar la puerta -esta vez sin el portazo- y salgo de la cafetería en la que he trabajado durante más de tres años.

 

Tengo unas inmensas ganas de gritar. Más aún cuando al salir veo al hombre sonriéndome con superioridad. Maldito viejo verde. Me doy cuenta de que no solo lo hace con superioridad, sino con una mirada lasciva. Qué asco.

 

Sé perfectamente que tengo el tipo de cuerpo por el cual cualquier mujer mataría. Y que sumado a eso mi pelo negro y mis ojos color miel, llaman también la atención. No soy alta pero tampoco es que sea baja, me mantengo en el 1,68.

 

Una cosa es mirar y otra muy distinta, es follar con la mirada.

 

Camino un poco, hasta llegar a un parque. No me privo, y grito. La gente que pasa a mi lado se me queda mirando como si estuviera loca.

 

— Mami ¿Por qué grita esa mujer?— le pregunta una niña a su madre.

 

— No está bien de la cabeza, cielo— responde la madre.

 

Miro en su dirección— Que sepa, que estoy en mis cabales.

 

La niña grita y se aferra a la pierna de su madre— ¡Mami! ¡La loca nos está hablando! ¡Vámonos!

 

En ese momento ocurre lo que menos pensaba; la niña se pone a llorar. Eso provoca que la gente pase de mirarme como una lunática, a mirarme como una insensible.

 

— Te parecerá bonito, has hecho llorar a una pobre criatura— dice una abuela mirándome mal.

 

— ¡Pero si no he hecho nada! Los críos de ahora son todos unos sensibles, joder— gruño.

 

— Ahora estás diciendo palabrotas. Qué mal educada— vuelve a decir la anciana. La niña por otro lado sigue llorando, pero ahora está en brazos de su madre, quien la consuela mientras me mira mal.

 

Cierro los ojos por un momento y al abrirlos, sonrió— Escuche bien señora, porque lo voy a decir una vez. Si esa niña se hace la víctima es su problema. De mayor seguramente será una actriz cojonuda. Y si yo digo palabrotas, pues a usted le debe dar igual, porque no es su vida. Entonces no sé meta donde no la llaman.

 

— ¡Tonta!— exclama la niña.

 

— El que lo dice, lo es— le saco la lengua y me voy tranquilamente mientras escucho a la niña volver a llorar. Por Dios, que falsa.

 

¿Qué no me va a pasar hoy? Por lo menos dame una noticia buena Dios. No es mucho pedir.

 

Pateó una piedra pero no me fijo que está medio metida en la tierra, por lo que me hago daño.




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