Luna de soltería

Dylan

Duele ¡Joder, arde! Es una sensación que provoca una presión permanente en mi pecho, como un vacío. Es una sensación difícil de expresar con palabras. Las frías gotas de la ducha no son lo suficientemente fuertes como para arrastrar todo el cansancio y ardor de mi pecho, por el desagüe.

 

Al salir, el espejo solo me devuelve una imagen demacrada y deprimente de mí mismo; mis ojos enrojecidos de llorar -ahora sin ninguna lágrima corriendo- y una mirada de lástima, es lo que me provoca un gran suspiro. El día de hoy he perdido a dos personas, la primera aquella a quién consideraba mi compañera de vida, por muy compleja que fuera a veces nuestra relación, Rachel lo era todo para mi. Me rompió de tal manera, que mi mente solo busca sacarla de mi vida cómo método de autoprotección. Sostuvo en sus finas manos todo aquello que representaba mi verdadero yo, y lo rompió, trituró y estrujó hasta dejarlo seco y desolado, destruyendo así mi confianza y estabilidad emocional.

 

Y  la segunda; a mí mismo. Una parte de mi se sigue aferrando a la utópica idea de que todo esto es un mal sueño, pero ¿Desde cuando los sueños se sienten tan reales? La tristeza que me invade es dura, cruel y fría. Es un golpe seco y directo hacia lo que muchos consideran como el alma.

 

Unos golpes en la puerta, me hacen volver a la realidad.

 

Después del desastre del día, hemos vuelto a mi casa. Zoe ha ido a recoger sus cosas del hotel para venir a mi casa, gracias a Dios no ha tenido que juntarse con Gus. Yo por otro lado, si que he tenido que tratar con Rachel. Me ha costado mucho dirigirle la palabra sin alterarme y acabar echandola a patadas. Pero tenía que mantenerme fuerte.

 

— Dylan ¿Sigues vivo?— La indudablemente voz de Zoe se hace presente desde el otro lado de la habitación.

 

— No.

 

— ¿Entonces me puedo quedar tu coche?

 

— Si vas a recogerlo y lo empujas hasta una gasolinera, todo tuyo.

 

— Ah no, entonces no— silencio — No tendrás de casualidad un extintor ¿Cierto?

 

—¿Extintor?— me alarmo— ¿Qué ha pasado, Zoe? ¿Qué has hecho?

 

Hay un silencio al otro lado de la puerta hasta que la oigo bufar— Puede que haya querido hacer unas patatas fritas y puede que, accidentalmente, se me haya quemado un poquito el aceite. Y por confusión, le haya echado alcohol en vez de agua al intentar apagarlo.

 

Me apresuro a abrir la puerta. Ella retrocede por instinto mientras se muerde las uñas. 

 

— ¿Quién se confunde y le echa alcohol en vez de agua?— me paso una mano por el pelo— Es más ¡¿Quién deja un fuego sin extinguir?! ¿No le has echado agua? ¿Lo has tapado con un pañuelo?

 

— Es que estaba bebiendo un vaso, me he puesto nerviosa y he actuado por instinto— se intenta excusar— Y sí, y no ha funcionado por eso he venido a preguntar qué si tenías un extintor.

 

Salgo disparado de la habitación y bajo a zancadas, sin tener si me caigo. El olor a quemado es evidente y el pequeño humo oscuro que asoma llegando casi al salón, hace que apresure mi camino. Cuando llego a la cocina el humo invade mis pulmones y toso, primero me acerco al origen  del cuervo y apartó la sartén del fuego con cuidado de no quemarme. Joder, pero si es más humo que fuego. Además ¿No puse alarma antiincendios? Menuda birria, me tocará hablar con la compañía.

 

Abro uno de mis armarios y saco bicarbonato. Sin pensarlo mucho abro el bote y lo vierto sobre el fuego. El bicarbonato al quemarse expulsa dióxido de carbono, lo cual provocará que el fuego se apague por la falta de oxígeno. Normalmente se emplea en fuegos grasos, es decir, los que se producen en aceites y es poco el fuego. El bicarbonato quemado hace reacción y como ya sabía, el fuego empieza a desaparecer.

 

Nota mental: No dejar que Zoe cocine.

Segunda nota mental: Comprar un extintor, porque no me fío de recordar la primera nota.

 

— Deberías haberte hecho bombero, Dylan. — me aplaude Zoe, mientras abre algunas ventanas para que el humo restante desaparezca y se pueda volver a respirar bien— No corredor de bolsa.

 

— Y tú deberías retirarte de la cocina— lavo mis manos en el fregadero— No es lo tuyo.

 

— Touché— chasquea la lengua— Creo que tendrás que volver a ducharte.

 

Observo mi ropa y brazos. Emito algo similar a un gruñido. Genial, simplemente genial.

 

— Y tú— la señalo. También se ha manchado por culpa del humo.

 

Es increíble el desastre que ha organizado ese pequeño fuego, bueno en realidad, el humo que ha creado. 

 

Después de ducharnos por segunda vez, encendemos la televisión y en el microondas hago unas palomitas. Nos acurrucados en el sofá y pensamos que podríamos ver. Decidimos ver algunas películas y como despechados, nos ponemos a ver comedias románticas. A mitad de alguna, nos encontramos criticando lo quiméricas que son. Tal vez es por nuestra situación actual, pero viéndolo desde un punto de vista externo sí que es cierto que ocurren situaciones imposibles y poco semejantes a la realidad. Posiblemente porque son ficción, pero de todos modos; criticar es nuestra pasión.




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