Definitivamente lo peor de una infidelidad no es descubrirlo por tí mismo, que sí, también es un asco pero, pensar que posiblemente esta no haya sido la primera vez, te tortura mucho la mente. ¿Fue todo mentira? ¿Acaso solo lo hacía por diversión? ¿Por qué aceptó casarse conmigo si luego me iba a cambiar por otro? Ahora entiendo cómo se sienten las chicas con las que salí en el instituto. Supongo que es el Karma. El fuck-boy retirado acaba de ser engañado de la peor forma y encima, el día de su boda.
Me reiría si tuviera ganas, pero de lo único que tengo ganas es de olvidar todo. Y por eso ahora me encuentro tumbado en el borde de mi cama, con la mitad del cuerpo en el suelo y la otra en esta, fumando. Un mal vicio que dejé hace años que sin embargo, nunca lo olvido en los malos momentos. También me encuentro escuchando canciones de películas Disney como las de Teen Beach Movie, Austin & Ally o incluso Violetta. Aunque pertenecen a los recuerdos de mi infancia, siempre consiguen animarme, son parte de esos recuerdos preciados que sabes que no van a repetirse porque ya no tienes 9 años.
La puerta de mi habitación se abre y veo a Zoe asomarse. Creo que en caso de haber sido otra persona, habría reaccionado de otra forma, pero siendo ella y estando en la misma mierda, me quedo donde estoy mirándola. Se acaba de despertar y tiene el pelo como un nido de pájaros, además que bosteza somnolienta y me provoca el bostezo a mí. Parece reaccionar cuando sus ojos se abren más.
— ¡Por Jesucristo!— se lleva una mano a la boca— Benditos sean los six packs, Dylan.
Olvidaba comentar que me había duchado y que iba solamente con un albornoz desabrochado y unos boxers.
— Estás pensando en alto otra vez, Zoe— la miro desde el suelo.
— Ah no, eso lo quería decir.— Entra en la habitación— Benditos los six packs y los eight packs también. Se les reza.
— ¿Y los ten packs?
— Los ten packs me dan mal rollito. — hace una mueca— ¿Estás escuchando canciones de Disney Channel?
— Estoy intentando animarme, pero ni Disney lo consigue— suspiro y voy a dar otra calada, pero me intercepta y me quita el cigarrillo. Abre mi ventana y lo tira. Luego vuelve donde estoy y se tumba a mi lado en mí misma posición.
— Tabaco no, caca. Chico malo.— me regaña, pero es imposible tomarla en serio con las pintas que lleva— Bebe zumos. La única droga que te permito tomar es el azúcar. Bueno, y el café.
— Vale, mamá— Ruedo los ojos.
— ¿Qué ha sido ese gesto, jovencito?— frunce el ceño.
— No frunzas el ceño que te salen arrugas.— Le toco la frente con un dedo.
— Quita— Me da un golpe flojo en el dedo— A saber que has tocado con ese dedo. O peor, a ver si me vas a transmitir la fealdad.
— Estás muy graciosa hoy ¿no? ¿Te has comido un payaso?
— No solo uno, cuatro. Espera,— murmura— qué posición más incómoda, me estoy rompiendo la espalda.— gira su cuerpo y termina sentándose en el suelo— Se llaman; Chispitas, Estrellita, Chocolatín y — Enumera— Marcelo.
— ¿Marcelo?— elevo las cejas— ¿Se te han acabado los nombres de payasos o qué?
— No— Niega— ¿Quieres saber por qué se llama Marcelo?
— No, pero veo que te hace ilusión decirlo. Así que, adelante. ¿Por qué se llama Marcelo?
— Porque tienes que agacharte para conocerlo— Y es en ese momento cuando siento un dolor en mis partes bajas y a Zoe saliendo corriendo de la habitación.
Yo me encojo en mi sitio, sujetando la parte afectada y acabo en el suelo hecho una bola— ¡Zoe! ¡Serás hija de…!
Cuando soy capaz de levantarme no dudo ni un segundo en hacerlo y buscarla por todas las habitaciones, como no está en ninguna bajo al salón y la veo en la cocina de espaldas. Me acerco para pedirle una explicación.
— Zoe ¿Puedes explicarme por qué…?— Mi frase queda a medias cuando con el grifo, me da un chorro de agua en toda la cara. Se rie y yo me quedo con la boca abierta. La señalo— Corre.
Ella sonríe y niega, vuelve a darme otra vez y está vez me acerco para forcejear con ella por el grifo. Consigo ganar y es mi turno de reir cuando el agua le da en toda la cara. Tose pero se ríe y cuando menos lo espero me lanza un trozo de tortilla quemada. Sabía que debería haberla tirado. No puedo evitar reirme cuando le doy con el agua y aprovecho para agarrar otro trozo y tirárselo también. Volvemos a forcejear con el grifo y me lo consigue quitar, por lo que intento huir, pero mi albornoz acaba completamente mojado por la espalda.
La cosa se descontrola un poco cuando hago uso de la harina como munición y cuando nos cansamos de hacer el tonto, la cocina está echa un desastre y nosotros estamos cubiertos de tortilla quemada, harina y agua.
— Me vas a ayudar a limpiar esto.— declaro— De esta no te salvas.
— Sí, señor.— Hace un gesto militar— Pero al menos admite que ha sido divertido.
— Me he sentido como un niño.