REYNA
Estoy estresada.
Amargada.
Y triste.
Los rayos de sol se asoman por encima de las montañas terrosas en la lejanía, a veces pienso en caminar hacia allí, y descubrir esos seres malvados que se ocultan en esos bosques diabólicos. Pero recuerdo que necesito seguir estando viva, porque mi familia no podría mantenerse sin mi sueldo.
Somos demasiados, necesitamos comer y a veces no nos da para las cosas básicas. Subsistir se está volviendo más duro a medida que me voy haciendo adulta y la nube de fantasía se evapora.
¿Por qué hay que crecer?
No quiero hacerlo, extraño ser pequeña y que papá no estuviera enfermo. Vivíamos mejor. Mis hermanos eran felices y mamá siempre tenía esa hermosa sonrisa en el rostro.
Pero todo cambió después de que esos sucios lobos se hicieran con el poder de Vampyr. Nuestro reino está destrozado, la guerra ha destruido a la mayoría de la población vampírica y nuestro país decae. Lo más despreciable de todo, es que debemos seguir las leyes de otro reino.
Nos prohibieron salir a la luz del sol.
Nos robaron nuestros amuletos contra el sol.
Las fábricas de sangre humana que nos alimentaban fueron reemplazadas por la de animales inservibles.
Tenemos que obedecer a nuestros enemigos.
O sino nos decapitan.
Es una lista incansable de crueldades...
Me desplazo por el extremo derecho de la mina, la tierra está oscura y es debido a la escasez de luz. Tengo que trabajar, aunque sean los últimos segundos de oscuridad antes de que el sol caiga sobre mi piel pálida y llene la mina abierta. Piso un barrizal mezclado con barro y minerales inservibles, le doy una patada con el pie antes de que un guarda se dé cuenta y me torturé mi distraerme. Ellos supervisan que todos los mineros hagamos nuestro trabajo y no arruinemos ninguna de esas piedras preciosas.
Son mágicas.
Es eso es lo que dicen las malas lenguas.
Bueno para mí son piedras normales, pero al parecer para los lobos son un exquisito accesorio. En sus tierras no pueden materializarse, por eso las minas aquí y exportan las esmeraldas, rubies y demás piedras preciosas a su país de mierda.
—Cinco minutos —avisa el guardia, mirando su reloj ansioso.
Algunos van hasta la reserva con enormes cubos y tiran con cuidado las piedras, estas se depositan en una cadena eléctrica que las transporta y almacenan en enormes camiones.
—Eh, tú. Lleva la mercancía antes de que salga el sol —se dirige a mí irritado.
Lo ignoro.
Si llevo más piedras, gano más monedas. Y lo necesito, necesito esas monedas de oro.
—Eh, chupasangre de mierda.
Rápido, tengo que hacerlo rápido. Escojo la
última piedra brillante y la guardo en mi recipiente. Respiro entrecortadamente porque un rayo de sol ilumina mi espacio. Si uno de esos rayos toca mi piel, me perforará los músculos y me desintegraré.
El rey lobo prohibió que las brujas fabricaran para nosotros amuletos de protección contra la maldición que tenemos.
Pero ahora ese hijo de puta está muerto.
Y el sol es nuestro único enemigo.
—Eh —vuelve a llamar mi atención.
—Ya voy a la reserva —le comunico, ni siquiera tengo el valor de mirarle a los ojos.
Son aterradores.
Los guardias que custodian los yacimientos son peligrosos, me han dicho que son antiguos guerreros lobos del rey.
Y si el rey es cruel. Bueno, era.
Imagínate sus súbditos come mierda.
Soy la última en llegar, todos se han convertido en murciélagos y vuelan apresurados buscando oscuridad hasta sus casas. Vierto los minerales en los cubos, me aseguro de que los guardias estén mirando que estoy haciendo mi trabajo. Y cuando termino, me concentro para transformarme.
Sobrevuelo la periferia de la ciudad, metiéndome entre las ramas de los árboles para que el sol no me queme. Me he retrasado demasiado y casi no hay oscuridad, no sé cómo me las apaño para llegar a casa. Los edificios están en ruinas, las ventanas tienen planchas de madera a modo de protección, la suciedad en las calles abunda y hay algún que otro vampiro sin miedo a morir que camina por la calle devorando las ratas de las alcantarillas.
Me entristece pensar en lo que era Vampyr antes, todas las ciudades de mi pueblo están arruinadas.
Y las familias destrozadas.
Me cuelo por una abertura en el edificio de mi casa segundos después de que amanezca por completo. Casi no lo cuento. Me trasformo nuevamente en mi estado físico humanoide, me quedo unos minutos en el suelo para respirar. Sentada, con la espalda contra la pared.
Estoy débil.
Después de cada transformación me quedo más débil que antes.
Necesito sangre humana.
Levanto mi brazo tendido en el suelo, observo mis venas verdosas, cada día se ponen más finas por falta de sangre. Detesto mi vida. Detesto esto. Detesto al próximo rey y a su descendencia.
Los maldigo a todos.
—¿Vas a quedarte ahí mucho rato? —una vocecita me habla desde una puerta abierta.
—Probablemente.
—Te vas a perder el programa de las seleccionadas —dice apenada —. Y mamá te ha preparado un corazón de cerdo poco hecho.
—¿Ah, si? ¿Estaba rico?
—No sé, está vez no me lo he comido —se avergüenza.
Muevo la cabeza para ver a la pequeña que se asoma en la puerta, mi hermanita tiene una sonrisita dulce en su rostro. Su cabello negro trenzado a ambos lados de sus costados.
—Diove, puedes decirle a mamá que te sirva el corazón. Puedes comértelo.
—¿En serio? —se emociona.
—Claro, no tengo hambre. Estoy cansada y quiero dormir —miento.
Entra emocionada a casa, chillando porque le he regalado mi plato especial, que es el suyo también. Aunque me muera de hambre y esté débil, prefiero cedérselo a ella para que al menos esté contenta.
Me levanto del suelo lentamente, hay un rayo de luz que se cuela por una ventana del edificio, así que tengo cuidado de sortearlo hasta llegar a la puerta de mi casa. La abro un poco para entrar, y cerrarla de nuevo. La oscuridad consume mi casa, las velas y candelabros le dan el toque sombrío tan familiar.