Luna entre nosotros

Ecos en la penumbra

Las primeras luces del amanecer apenas lograban atravesar las hojas del bosque, pintando el entorno con tonalidades suaves de oro y rosa. Luca permaneció inmóvil, acostado sobre un lecho de hojas y ramitas, con el corazón aún golpeando con fuerza en su pecho. La noche pasada había sido un descubrimiento, un encuentro que quedaría grabado en su memoria para siempre. Sin embargo, también traía consigo una serie de preguntas que todavía resonaban en su mente.

Aiden, el hombre que había confesado ser un hombre lobo, ya no estaba a su lado. Solo quedó el silencio del bosque y el aroma fresco a pino y tierra mojada. La sensación de aquella mirada dorada y los ojos llenos de una intensidad salvaje aún persistían. Luca sabría que, si quería entenderlo realmente, tendría que buscarlo, enfrentarse a su silencio y a las leyendas que rodeaban su figura.

Los días siguientes transcurrieron lentamente. Luca comenzó a vagar por el pueblo y sus alrededores con una curiosidad palpitante. Preguntó a los habitantes, intentando obtener alguna pista sobre Aiden, pero la mayoría evitaba su mirada o cambiaba de tema bruscamente. Algunos susurraron historias de un joven que habitaba en las tierras cercanas al bosque, que parecía tener una presencia tan silenciosa como el mismo viento y tan misteriosa como la luna llena. Otros decían que en noches de luna llena, se podía escuchar un aullido lejano, una criatura mitad humano, mitad bestia.

Una tarde, mientras caminaba cerca de un pequeño riachuelo, el sonido de hojas crujientes y ramas quebrándose le alertó. Giró rápidamente y allí estaba él: Aiden, emergiendo de entre los árboles, con una expresión tranquila, mas en sus ojos había algo más profundo, una mezcla de intensidad y cautela.

—No deberías andar solo por aquí —dijo Aiden, su voz suave pero firme, como si quisiera transmitirle que no era solo un consejo, sino una advertencia real—. El bosque guarda secretos y peligros que no imaginas.

Luca sintió que su respiración se aceleraba, pero mantuvo la calma. La luz del sol comenzaba a desaparecer lentamente, sumergiendo el bosque en un crepúsculo mágico y misterioso. La presencia de Aiden parecía invitarlo a adentrarse más allá de su miedo, a descubrir un mundo que nunca creyó existir.

—Para conocerte, te arriesgaré —contestó con decisión—. No tengo miedo de lo que puedas ser, solo quiero entender.

Aiden lo observó en silencio, su mirada intensa permanecía fija en los ojos de Luca. Un silencio cortó el aire, como si el bosque mismo contuviera la respiración, luego, con un suspiro casi inaudible, él respondió:

—Muy bien. Pero no estarás solo esta noche. Te enseñaré a ver lo que yo veo, a escuchar lo que yo escucho. Y en ese proceso, también aprenderás qué significa competir con la bestia y todavía quererla.

Luca asintió, sintiendo que su corazón le latía con fuerza, quizás por el temor, quizás por la emoción. La noche, que parecía envolverlos en un manto de oscuridad y misterio, se convirtió en su aliada. Los dos comenzaron a caminar en silencio, junto a la corriente del riachuelo, bajo la sombra de los árboles. La luna llena se levantaba lentamente en el cielo, como un testigo silencioso de un pacto que solo ellos comprendían.

Mientras caminaban, Aiden compartió pequeñas historias, fragmentos de su vida que había aprendido a esconder. Hablaba del poder que sentía en las noches sin luna, de su dualidad, de los deseos y los miedos que lo acechaban. Luca, por su parte, escuchaba atentamente, absorto en la sinceridad con la que Aiden le revelaba su mundo interior, una parte oculta que solo unos pocos llegaban a conocer.

—No soy un monstruo —dijo Aiden de repente, rompiendo el silencio—. Solo soy un alma atrapada en una lucha eterna. Y tú, Luca, me has mostrado que quizás hay esperanza para cambiar.

Luca caminó unos pasos en silencio, dejando que esas palabras calaran profundo en su corazón. Sentía que aquel hombre, que aún parecía envuelto en sombras, empezaba a abrirse, a dejar atrás los miedos que lo habían marcado toda su vida. Y en esa noche mágica, con las estrellas guiando su camino, ambas almas comenzaban a entrelazarse, marcando el inicio de una historia que desafiaría todos los límites de la realidad.

La luna se alzaba, imponente y brillante sobre ellos, tocando con su luz plateada cada hoja, cada rama, como si el bosque entero respirara con un ritmo propio. Luca sintió una mezcla de nervios y emoción mientras caminaba junto a Aiden, consciente de que todo lo que sabía del mundo estaba a punto de cambiar. Deseaba aprender a ver lo invisible, a escuchar lo inaudible, a sentir lo que Aiden llevaba en su interior.

—¿Qué ves en este bosque que yo no pueda ver? —preguntó Luca, mirando a su compañero con una mezcla de expectativa y respeto.

Aiden sonrió con melancolía y respondió:

—Aquí, entre estas sombras, veo presencias que los humanos temen. Escucho susurros antiguos, ecos de generaciones enteras que han vivido ocultos. Pero también veo belleza, vida que nunca se detiene, incluso en la oscuridad más profunda.

Luca se detuvo un momento para absorber sus palabras, inspirando el aire fresco y húmedo del bosque. Comenzó a notar pequeños detalles: un brillo fugaz entre las ramas, el movimiento ágil de un animal que se escabullía, incluso un susurro morseado entre los árboles que parecía una melodía.

—Es como si el bosque hablara —murmuró—, pero sólo los que saben escuchar pueden entenderlo.

—Exacto —confirmó Aiden—. Para mí, esta conexión es vital. Es parte de lo que soy, más allá del hombre o la bestia. La luna no solo marca mi transformación, también despierta cada sentido que la naturaleza me regaló.

Por un instante, los dos se miraron a los ojos, comprendiendo sin palabras que esa unión era algo más que simple curiosidad: era el puente necesario entre sus dos mundos.

De repente, un aullido rompió el silencio, potente y profundo. No era inusual en aquellas tierras, pero esa noche sonó diferente, más cerca, más urgente. Aiden tensó los músculos y frunció el ceño.




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