Luna entre nosotros

El umbral de la manada

La noche cayó con una sombra más densa que las anteriores, y el claro donde estaban los demás licántropos parecía haber adquirido una especie de silencio expectante. Luca respiró hondo, sintiendo el aroma a tierra mojada, a hojas crujientes y a algo primordial que vibraba en el aire. Aiden se situó a su lado, la mano en un gesto ligero casi protectivo, como si quisiera recordar a todos sus compañeros que aquel humano tenía un lugar entre ellos, aunque fuese por primera vez.

El líder de la manada avanzó un paso y detuvo su mirada en Luca. Era un hombre de porte elevado, con cicatrices que contaban historias de batallas pasadas y una serenidad que parecía desafiar la violencia de la noche. Sus ojos eran de un gris profundo, casi como la piedra pulida de un arroyo nocturno.

—Bienvenido a la frontera que separa lo humano de lo que late más allá, Luca —dijo, con una voz que parecía haber sido esculpida en la roca—. Aquí aprenderás lo que significa pertenecer, y lo que conlleva renunciar a la idea de una vida sin riesgo.

Luca sintió que una mezcla de orgullo y nerviosismo le circulaba por la espalda. No era un visitante; era un posible compañero de vida, alguien con quien compartir secretos tan antiguos como las propias montañas que rodeaban la aldea.

Aiden habló entonces, con una claridad que desafiaba su propia tensión interior.

—Tengo que ser franco. Luca no está aquí para convertirse en uno de nosotros contra su voluntad. Su deseo de entender y proteger es lo que lo ha ganado.

El líder asintió levemente, como si aceptara una verdad que ya sabía, pero que necesitaba escuchar de boca de Aiden para darle su aprobación. Luego, el grupo se dispersó en parejas y tríos, intercambiando historias cortas de traumas pasados, de pérdidas, de enfrentamientos y de momentos de ternura descubiertos en lugares insospechados.

Durante la primera ronda de relatos, Luca escuchó una historia particular que le hizo estremecerse. Una mujer mayor, de ojos ambarinos, habló de una época en la que la manada estaba desunida, y cómo la fuerza brutal de la ley de la selva resultaba ser solo una máscara para el miedo a lo desconocido. Sus palabras resonaron en Luca, recordándole que los lobos no eran meros monstruos, sino guardianes de un equilibrio frágil.

Aiden, observando desde la distancia, se acercó para susurrarle al oído.

—No todos entienden la necesidad de proteger lo que amamos. Pero aquí, ahora, estás a salvo si mantienes la lealtad.

Luca respondió con un asentimiento, una promesa muda que llevaba en la mirada. No buscaba poder ni dominación; buscaba aceptación, un lugar donde su corazón pudiera crecer sin la amenaza constante de ser rechazado por aquello que no entiende.

La noche siguió con una lentitud casi ritual: presentaciones, juramentos, pruebas de confianza y una ceremonia discreta que sellaba la aceptación de Luca como parte de la comunidad. No fue una adopción fácil; fue una afirmación de que el amor entre Luca y Aiden podía sostenerse incluso cuando la luna exigía su cuota de oscuridad y verdad.

En medio de la ceremonia, un detalle captó la atención de Luca: una figura joven, de cabello oscuro y mirada curiosa, que observaba con intensión la interacción entre Luca y Aiden. El joven se acercó solo lo suficiente para que Luca entendiera que no estaba solo en su curiosidad; había un vínculo que aún no entendía, una promesa que podría entrelazar su destino con el de la manada de formas que no imaginaba.

La noche terminó con una promesa implícita: la manada no era una jaula, sino una casa. Una casa llena de sombras que podían ser domesticadas con confianza, y de luces que podían guiar a quien se atreviera a mirar de frente a su propio miedo.

Al volver a la casa de madera grande que servía de refugio para los integrantes, Luca y Aiden se quedaron a solas por un instante. El silencio entre ellos tenía una calidad diferente, como si ahora existieran dos capas de realidad que se superponían: la que compartían como amantes, y la que compartían como compañeros dentro de una comunidad que exigía lealtad y responsabilidad.

—Hoy aprendí que pertenecer no significa renunciar a ser tú mismo —dijo Luca, con la voz algo cargada de emoción—. Significa encontrar a alguien que te proteja cuando la luna es más salvaje que tú.

Aiden sonrió, una sonrisa suave que parecía iluminar la habitación entera, a pesar de la penumbra que los rodeaba.

—Y yo aprendí que amar también es elegir la vulnerabilidad, abrirse con alguien y confiar en que esa frágil belleza no será rota por las sombras.

Se quedaron en silencio, permitiendo que el peso de las palabras se asentara. Afuera, la manada parecía respirar en sincronía, como si el bosque entero compartiera el latido de aquella nueva verdad: que dos corazones podían latir al unísono, incluso cuando uno de ellos tenía una bestia durmiendo en su interior.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.