Luna entre nosotros

La prueba de la noche

La luna ya había pasado su cenit cuando el refugio de la manada quedó iluminado por destellos plateados que se filtraban entre las vigas de madera. Luca despertó primero, con el ruido suave de la respiración de Aiden a su lado. El aroma de madera mojada y hojas húmedas le recordaba que estaban inmersos en un mundo distinto, donde cada detalle parecía cargado de significado.

El líder de la manada había convocado a una reunión clandestina para la medianoche. No era una asamblea común; era una prueba de confianza, una ofrenda de verdad que exigiría a cada miembro demostrar su compromiso con la familia que habían elegido. Aiden tomó la mano de Luca, apretándola con una suavidad que decía más que las palabras: estamos juntos, pase lo que pase.

Cuando llegaron al claro central, otros hombres lobo ya estaban allí, rodeando una gran piedra plana que parecía haber sido colocada deliberadamente como altar de una ceremonia no escrita. El líder habló con voz grave, dirigiéndose primero a los recién llegados y luego a los que, como Luca, aún estaban aprendiendo el lenguaje de la manada.—Hoy no se trata de fuerza bruta ni de pruebas de resistencia —dijo—. Se trata de la honestidad con uno mismo y con quienes amamos. Cada uno contará una verdad que haya intentado ocultar, y si alguno de ustedes disimula, la noche lo revelará.

Uno a uno, los integrantes se acercaron al círculo central y compartieron historias que iban desde viejas heridas hasta temores actuales. Un joven narró cómo había aprendido a vivir con la culpa de haber perdido a su familia en una caza nocturna; otro habló de la lucha por no dejar que la bestia definiera su destino. La sinceridad fluyó como un río que no puede ser detenido: cada palabra, una gota que caía en el recipiente de la confianza colectiva.

Luca observó atentamente, sintiendo que cada relato le ofrecía una pieza para entender el mosaico de emociones que era Aiden. Pero cuando le tocó a él, el peso de la mirada de Aiden y el silencio expectante de la manada lo obligaron a buscar dentro mismo de su pecho para encontrar la verdad que deseaba compartir.—Vine buscando responder una pregunta que no sabía cómo formular —empezó Luca, su voz temblando ligeramente—. Me preguntaba si este mundo podría abrazarme sin costo, si podría amar sin sentir que voy a perder una parte de mí. Y ahora sé que la respuesta es sí. Estoy dispuesto a arriesgar todo para proteger a quien amo, incluso si eso significa cruzar fronteras que no entiendo.

El silencio siguió a las palabras, denso y pesado, como si la noche misma contuviera la respiración. El líder asintió lentamente, y algunas facciones de la manada relajaron los músculos, como si la carga de la verdad hubiera aliviado a todos de alguna forma.—La verdad que has mostrado hoy ya te pertenece —dijo el líder a Luca—. No es un juramento ante nosotros, sino ante ti mismo y ante la persona que te ha mostrado un camino más allá de la oscuridad. Bienvenido, Luca.

La aceptación no vino con una celebración ruidosa, sino con gestos discretos: un toque en la espalda, una sonrisa breve, un asentimiento compartido. Pero la prueba no terminó ahí. En la última parte de la noche, una figura anónima dejó un objeto en el propio altar: una pequeña caja de madera tallada, marcada con símbolos antiguos que Luca no reconocía de inmediato. Aiden lo abrió con cautela y dentro encontró una llave diminuta y un papel doblado con una sola frase: "La casa de los secretos te espera al final del sendero de la luna".

La llave parecía un puente entre el mundo de la manada y el mundo humano, un recordatorio de que el conocimiento no era una carga, sino una herramienta para mantenerse a salvo, para protegerse y para entender. Luca sintió que aquella noche había dejado de ser solo una experiencia compartida; había cambiado la manera en que miraba el mundo y, sobre todo, la forma en que se veía a sí mismo dentro de ese mundo.

Después de la ceremonia, cuando el murmullo de las voces se fue apagando, Luca y Aiden caminaban juntos de regreso, con las sombras como compañía y la luna como testigo. El peso de la prueba aún pendía sobre sus hombros, pero la certeza de que estaban juntos les daba una nueva fuerza para enfrentar lo que vendría: la revelación de orígenes de la maldición, los límites de la lealtad, y la posibilidad de un futuro donde el amor pudiera prosperar sin temor a perderse en la oscuridad.




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