Finales de 1658, Trøndelag, Noruega.
Throndheim sufre un invierno más frío de lo habitual, envenenado de tinieblas que destrozan la belleza de la noche. Desde sus entrañas se consume el espíritu de lo que un día fue un sitio tranquilo y seguro, su esencia desgarra desdeñosa el anhelo de los sueños esfumados entre bosques. La corrupción invernal deambula sobre cada copo de nieve caído del cielo reduciéndolos a cenizas con el despertar de un terror nocturno tras hallazgos de cadáveres drenados, colmados de cortes en zonas vitales del flujo sanguíneo donde se vertía en abundancia sin quedar gota. La luna se convirtió en testigo mudo de la mancha que recrudecía el temor de sus habitantes, recluídos en el interior de los hogares, sin atreverse a poner un pie fuera...y menos a indagar siluetas que pudiesen reflejarse a través de los cristales. Las sombras son temidas y la oscuridad eriza pieles con solo percibir que el sol comienza a esconderse. Misterios emanan desde la sangre congelada sobre la nevada y esparcida por la ventisca tras cada vida que descubre su fin. Las salidas del Sol se convirtieron en búsquedas de más entierros.
El obispo del pueblo se acerca apresurado hacia la entrada de la mansión del alcalde. Distingue un guardia en cada extremo de los portones de hierro que le separan de la calle, el establecimiento se encuentra bien protegido como de costumbre. El alcalde es un hombre de grandes paranoias y no se arriesga a descuidos sobre su vida, en especial por ser una figura pública más despreciada que admirada, de cuestionables posiciones políticas.
—Guardias, necesito hablar con el alcalde, ES URGENTE!!!
—De inmediato señor, iré a informarlo! —Exclamó uno de ellos mientras se dirigía con velocidad hacia el interior de la residencia.
Dios parece no protegerlo, se muestra nervioso y muy alterado, su rostro delata miedo incontenible para sus expresiones. Camina de un sitio al otro siendo incapaz de reprimir su inquietud. Los guardias observan extrañados y preocupados, este había sido uno de los líderes del conflicto religioso en Europa, que dió inicio a la Guerra de los 30 años, en la cual representó al credo católico durante su extensión. Tuvo notable influencia dentro de la Inquisición, reconocido como sanguinario inquisidor que sentenció brutales condenas a todo hereje que identificó como amenaza anticatólica. Tenía el apoyo y respeto de los Reinos del Norte.
Es un hombre alto, de complexión robusta y marcados rasgos, tiene un rostro que hasta el momento jamás se ha visto tan descompuesto. Su mirada penetrante suele intimidar incluso predicando en la iglesia, pero esta vez actúa como quien huye de las mismísimas garras de la muerte. La voz sigue tan firme como habitúa, aunque su expresión corporal no lo respalde.
—Puede pasar, señor.—Anunció el guardia mientras le abría paso y se reincorporaba a su posición.
Se cierran las puertas a su espalda, recorre el jardín de bienvenida aproximándose a una sirvienta que lo espera para llevarlo con el alcalde Derick.
—Buenos días, sígame por favor, le esperan en la biblioteca.
El obispo prosigue, sin emitir palabra. A continuación sigue el pasillo de la derecha omitiendo el recibidor, pasando a través del arco interior que deja entrever las primeras estanterías colmadas de libros. Al avanzar se escucha una voz fuerte:
—Obispo Folke, debo entender que se trata de un mal mayor.
—Hemos encontrado 4 cuerpos más.—Respondió Folke, acercándose mientras llega a su encuentro —. Esto se nos fue de las manos, le exijo que tome acción inmediatamente, sus métodos no aportan.
El alcalde, desde su cómodo asiento no muestra interés, ni brinda atención a los motivos de tan inesperada visita.
—¿Está usted cuestionando la gestión de mi alcaldía?-Cuestionó sin quitar la vista de un manuscrito abierto sobre la mesa.
—Tenemos 12 víctimas, y aumentan las desapariciones en el pueblo, las últimas 4 colgaban del mismo árbol, la nieve teñida de rojo y los cuerpos secos, escenas terroríficas propias de un alma gélida apasionada por la sangre y los sacrificios...usted se mantiene al margen y si no actúa utilizaré la fuerza de Dios si es necesario para relevarlo de su puesto por alguien más competente.
—No hace falta que aparezca con amenazas, conozco mi cargo y soy consciente de como proceder, incluso ante un lunático obsesionado con atraer nuestra atención.
—Ese "lunático" como usted lo nombra, se ha adueñado de la caída del Sol, la manipula a su merced y ni siquiera usted se encuentra a salvo.
—Entiendo, contará con los recursos de la alcaldía según disponga. Qué propone?
Folke toma asiento cerca de la única ventana de la habitación, se agarra a los brazales del mueble, fija su vista en dos ballestas empotradas a la pared encima de la chimenea y responde:
—Comienza la cacería...