El velorio de Paulino Robles fue un espectáculo sombrío y ostentoso, un desfile de figuras influyentes de Ciudad Esmeralda que se reunieron para presentar sus respetos a la viuda. Políticos corruptos, empresarios despiadados, celebridades decadentes y miembros de la alta sociedad se codeaban entre arreglos florales extravagantes y el aroma denso del incienso. Era un microcosmos del mundo que Paulino había dominado durante décadas, un mundo de poder, riqueza y secretos inconfesables.
Vanessa, vestida de riguroso luto, recibió a los dolientes con una compostura admirable, el rostro cubierto por un velo negro que ocultaba sus emociones. Intercambiaba palabras de consuelo, aceptaba pésames y se aseguraba de que todo transcurriera según lo planeado. Era una actuación impecable, una demostración de control y elegancia que impresionaba incluso a sus detractores más acérrimos.
Pero detrás de la máscara de la viuda afligida, Vanessa sentía una mezcla de alivio y anticipación. La muerte de Paulino había abierto un abismo de posibilidades, un camino hacia la libertad y el poder absoluto. Estaba lista para reclamar su lugar en el tablero de ajedrez, para mover sus piezas con astucia y determinación.
Hugo Rangel se mantuvo a su lado, observando a los asistentes con ojos atentos. Su presencia era un recordatorio constante del peligro que acechaba, de la verdad oculta que podría desmoronar su mundo en cualquier momento. Vanessa sabía que no podía confiar en él por completo, pero lo necesitaba. Hugo era su escudo, su confidente y, quizás, su mayor debilidad.
–Está manejando esto admirablemente, señora Robles– dijo Hugo, en voz baja, mientras observaban a un grupo de empresarios charlando cerca del ataúd.
–Es lo que Paulino hubiera esperado– respondió Vanessa, con una sonrisa amarga. –Siempre le gustó el drama·
–Y a usted, señora– añadió Hugo, con una mirada significativa.
Vanessa lo miró fijamente, sin responder. Sabía que Hugo estaba jugando con ella, probando sus límites. Pero no estaba dispuesta a ceder terreno.
–Después del velorio, quiero hablar contigo a solas– dijo Vanessa, cambiando de tema. –Hay asuntos que debemos discutir.–
–Como desee, señora– respondió Hugo, con una inclinación de cabeza.
El velorio se prolongó durante horas, una procesión interminable de rostros sombríos y palabras vacías. Vanessa se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. Pero no podía permitirse mostrar debilidad. Tenía que mantenerse fuerte, tenía que proyectar una imagen de control y determinación.
Finalmente, cuando el último doliente se hubo marchado y el salón quedó en silencio, Vanessa se retiró a su estudio privado. Hugo la siguió, cerrando la puerta tras de sí.
–Bien, Hugo– dijo Vanessa, sentándose en su escritorio de caoba. –¿Qué es lo que quieres?–
Hugo se acercó al escritorio y se apoyó sobre él, sus ojos fijos en los de Vanessa. –Quiero lo que le ofrecí anoche, señora. Quiero su poder. Quiero su riqueza. Y la quiero a usted–
Vanessa sonrió, una sonrisa fría y calculadora. –Eres audaz, Hugo. Me gusta eso. Pero debes entender que nada es gratis en este mundo. El poder tiene un precio. Y la lealtad, aún más.–
–Estoy dispuesto a pagar el precio– respondió Hugo, con determinación.
–¿Estás seguro?– , preguntó Vanessa, con una mirada penetrante. –¿Estás dispuesto a ensuciarte las manos? ¿Estás dispuesto a hacer lo que sea necesario para proteger mis intereses?–
Hugo guardó silencio por un momento, sopesando sus opciones. –Sí, señora. Estoy dispuesto–
Vanessa asintió, satisfecha. –Bien. Entonces, tenemos un trato. Pero debes entender que soy yo quien pone las reglas. Y si alguna vez intentas traicionarme, te aseguro que te arrepentirás.–
–No me atrevería, señora– respondió Hugo, con una sonrisa.
–Eso espero– dijo Vanessa.
Vanessa lo miró con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Hugo Rangel era un enigma, un hombre de muchos talentos y secretos inconfesables. Sabía que estaba jugando con fuego al confiar en él, pero no tenía otra opción. Lo necesitaba para proteger su imperio, para mantener a raya a sus enemigos.
–Confío en ti, Hugo– dijo Vanessa, con una sonrisa fingida. –Pero recuerda que la confianza es como el cristal. Una vez que se rompe, nunca vuelve a ser la misma–
Hugo asintió, comprendiendo la advertencia implícita. Su alianza era frágil, basada en la conveniencia y la ambición. Pero mientras ambos mantuvieran sus cartas cerca del pecho, podrían sobrevivir.
Mientras Hugo salía del estudio, Vanessa se quedó sola, sumida en sus pensamientos. La tormenta seguía rugiendo afuera, un recordatorio constante del caos que se avecinaba. Sabía que la muerte de Paulino era solo el comienzo. La guerra había comenzado. Y estaba lista para luchar...