El dolor y la rabia habían consumido a Atilio Khoury desde la noche en que Frida, su amada esposa, había sido brutalmente asesinada. La imagen de su cuerpo sin vida, el olor a sangre y pólvora, lo perseguían en cada vigilia y en cada sueño. La justicia que anhelaba no llegaba, y la frustración lo empujaba por un camino oscuro y peligroso: el de la venganza personal.
Donatella Bossi se había convertido en el blanco de su ira. Atilio sabía que ella estaba detrás de la muerte de Frida, que su crueldad no tenía límites. Impulsado por el deseo de honrar la memoria de su esposa y de evitar que Donatella causara más daño, Atilio decidió tomar cartas en el asunto.
Con la ayuda de algunos contactos leales y una determinación férrea, Atilio planeó un asalto a la mansión de Donatella. No buscaba riquezas ni poder; buscaba el final de su némesis, un acto final que pusiera punto final a su sangrienta historia.
Una noche tormentosa, bajo el manto de la oscuridad y la lluvia torrencial, Atilio y sus hombres se infiltraron en la mansión. El plan era rápido y letal: neutralizar la seguridad, encontrar a Donatella y acabar con ella.
Sin embargo, la suerte no estaba del lado de Atilio. Donatella, una mujer acostumbrada a las conspiraciones y a la violencia, tenía una seguridad interna mucho más formidable de lo que Atilio había anticipado. La alarma sonó, y la mansión se llenó de guardias armados hasta los dientes.
Se desató un tiroteo feroz. Atilio luchó con la furia de un león acorralado, disparando y esquivando balas, decidido a cumplir su venganza. Pero sus hombres caían uno a uno, y él mismo recibió varios impactos de bala.
En medio del caos, Atilio logró llegar a la habitación de Donatella. La encontró allí, con una mirada de desafío en sus ojos, un arma en la mano.
–Así que viniste a morir, Khoury– dijo Donatella, con una sonrisa cruel.
–Vengo a hacer justicia, Bossi– respondió Atilio, escupiendo sangre. –Por Frida–
Se enfrentaron en un duelo final, disparos y gritos resonando en la mansión. Atilio, herido de gravedad, logró dispararle a Donatella, pero antes de que pudiera ver el resultado de su acción, uno de los guardias de Donatella le disparó a quemarropa. Atilio cayó al suelo, su vida extinguiéndose rápidamente. Su último pensamiento fue para Frida, una sonrisa melancólica en sus labios. Su venganza había cobrado un precio demasiado alto.
Mientras tanto, en el Hospital Central, Gael recibía el alta médica. El largo y doloroso proceso de recuperación había llegado a su fin, y estaba ansioso por retomar su vida. La atracción hacia Emma era un sentimiento que no podía ignorar, una conexión que había nacido en medio de la adversidad y que ahora prometía un futuro incierto pero esperanzador.
Emma lo esperaba en la puerta del hospital, con una sonrisa radiante y un ramo de flores frescas. La alegría en sus ojos al verlo salir era palpable.
–¡Gael! ¡Por fin fuera de este lugar!– exclamó Emma, abrazándolo con fuerza. –Te he echado tanto de menos–
–Y yo a ti, Emma– respondió Gael, correspondiendo al abrazo. Sentía la calidez de su cuerpo contra el suyo, la fragancia de su cabello. El mundo exterior, una vez tan amenazante, ahora se sentía un poco menos aterrador con Emma a su lado.
Salieron del hospital tomados de la mano, listos para enfrentar lo que el futuro les deparara. La idea de empezar de nuevo juntos, lejos de las sombras que habían marcado su pasado, era un pensamiento reconfortante.
–¿A dónde vamos primero?– preguntó Emma, mirando a Gael con expectativa.
–A tu departamento– respondió Gael. –Quiero descansar un poco, y luego... podemos pensar en qué hacer. Quizás, ¿un paseo tranquilo por la ciudad? Algo que no implique balas ni persecuciones.–
Emma rió. –Me parece un plan perfecto– dijo.
–Cualquier cosa que implique estar contigo, Gael–
Mientras se dirigían hacia el coche que Emma había llamado, ambos sentían una mezcla de esperanza y cautela. Habían sobrevivido a lo peor, pero sabían que las amenazas aún persistían, aunque ahora, quizás, tuvieran una nueva fuerza para enfrentarlas juntos.
En el otro lado de la ciudad, en el humilde apartamento de Gael, el ambiente era de una calma engañosa. Las maletas de Gael estaban en el suelo, listas para ser desempacadas, la cama fresca y tendida. El departamento, normalmente lleno de la energía de Gael, ahora esperaba su regreso.
Pero no era el único que lo esperaba. Borja Torrente, con su sigilo habitual, se encontraba ya dentro del apartamento, moviéndose entre las sombras como un depredador. Había logrado acceder al lugar sin ser detectado, usando sus contactos y su astucia para burlar cualquier medida de seguridad.
Borja se movió por el lugar, observando los objetos personales de Gael, como si estuviera catalogando sus debilidades. El silencio del apartamento se rompía solo por el sonido de sus pasos sigilosos y su respiración contenida.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro al ver una foto de Gael y Vanessa juntos, riendo despreocupadamente. Ese era su objetivo, su cruzada personal. Y ahora, Gael, recuperado y con una nueva conexión con Emma, se convertía en una pieza clave en su juego.
Borja se dirigió a la mesa de centro, donde había una agenda abierta de Gael. Comenzó a hojearla, buscando información, pistas, debilidades. Sabía que la llegada de Gael era la oportunidad que estaba esperando. No estaba allí solo para recibirlo, sino para estudiarlo, para encontrar la grieta en su armadura, para asegurarse de que su bienvenida fuera tan inolvidable como él pretendía que fuera. La sombra de Borja se cernía sobre el apartamento, esperando la llegada de su presa...