El chalet suizo, que una vez albergó la promesa de paz y amor, ahora se sentía cargado de una tensión helada. El aire, antes puro y revitalizante, se había vuelto pesado, sofocante, impregnado de las palabras no dichas y los silencios elocuentes. La noche caía sobre las majestuosas montañas, tiñendo el cielo de tonos púrpuras y grises, un reflejo del estado de ánimo de Vanessa.
Vanessa y Hugo se sentaron uno frente al otro, la chimenea crepitando entre ellos, proyectando sombras danzantes que parecían burlarse de la oscuridad que se había instalado en sus corazones. Las lágrimas silenciosas rodaban por las mejillas de Vanessa, y Hugo la observaba con una mezcla de dolor y una resignación que le partía el alma.
–No puedo hacerlo, Vanessa– comenzó Hugo, su voz quebrándose. –No puedo estar a tu lado mientras tomas este camino. Lo que vi... lo que has hecho... me rompe el corazón–
Vanessa levantó la mirada, sus ojos enrojecidos e implorantes.
–Hugo, por favor, entiéndeme– suplicó, extendiendo una mano hacia él, pero deteniéndola antes de tocarlo. –Tenía que hacerlo. Era la única manera de conseguir la ayuda que necesitaba. Para protegernos a ambos–
–¿Proteger?– , repitió Hugo, la palabra cargada de amargura. –Vanessa, lo que vi no fue protección. Fue una rendición a la oscuridad. No reconozco a la mujer que se ha convertido. La Vanessa que yo amo–
Las palabras de Hugo cayeron sobre Vanessa como puñales. La duda, la culpa y el dolor se arremolinaban en su interior, amenazando con consumirla.
–Esa mujer sigue aquí, mi amor – respondió con voz temblorosa. –Solo que ahora tiene que luchar en un mundo que no es justo. Y a veces, para sobrevivir, hay que hacer cosas que duelen, cosas que cambian a uno–
–Pero no puedes dejar que esas cosas te cambien por completo, Vanessa– replicó Hugo, su voz cada vez más firme. –Si te pierdes en esa oscuridad, entonces habremos perdido todo. Y yo no puedo ser testigo de eso. No puedo, por más que te ame–
Se levantó, la decisión grabada en su rostro.
–Necesito tiempo, Vanessa– dijo, su voz ronca. –Necesito un tiempo para asimilar esto, para entender qué está pasando. Necesito distancia–
Vanessa se levantó también, la desesperación apoderándose de ella.
–¿Distancia? ¿Hugo, no puedes dejarme ahora?– suplicó, sus lágrimas fluyendo libremente. –No puedes abandonarme–
–No es un abandono, Vanessa– dijo Hugo con dolor, pero con una resolución férrea. –Es una necesidad. Por mi propia cordura, por mi propia alma. No puedo seguir viendo cómo te alejas–
Se acercó a ella, la tomó suavemente por los hombros, y la miró a los ojos, una última vez.
–Te amo, Vanessa– susurró. –Y por eso mismo, no puedo quedarme y verte caer. Espero, de verdad espero, que algún día entiendas por qué tengo que hacer esto–
Y con esas palabras, el corazón de Vanessa destrozado en mil pedazos, Hugo se dio la vuelta y salió del chalet, desapareciendo en la oscuridad de la noche suiza. Vanessa se quedó sola, el silencio del chalet ahora ensordecedor, el eco de las palabras de Hugo resonando en el vacío que había dejado. La alianza que había forjado, la prueba que había superado, le habían costado el amor y la confianza de la única persona que realmente importaba.
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Mientras tanto, en Ciudad Esmeralda, la vida de Gael se tambaleaba en el filo de la navaja. Borja Torrente, furioso por la negativa de Gael a unirse a él y decidido a eliminar cualquier obstáculo potencial, había orquestado un atentado contra su vida.
Gael se encontraba en su apartamento, intentando procesar las recientes noticias sobre Vanessa y la partida de Hugo. La llamada de Emma lo sacó de sus pensamientos.
–Gael, ten cuidado– advirtió Emma, su voz llena de pánico. –Me acabo de enterar de que algo va a pasar en tu apartamento. Borja, estoy segura de que está detrás de esto–
Antes de que Gael pudiera responder, un estruendo ensordecedor sacudió el edificio. Las ventanas explotaron hacia adentro, y una bola de fuego iluminó la habitación. Una bomba. Borja no había escatimado en recursos para eliminarlo.
Gael, instintivamente, se lanzó al suelo justo a tiempo, rodando detrás de un mueble robusto mientras la onda expansiva lo sacudía. El humo y el polvo llenaban el aire, y el olor a quemado era insoportable. A pesar del caos y el peligro inminente, Gael logró arrastrarse hacia la salida de emergencia, aprovechando la confusión para escapar de las llamas y de los posibles atacantes que Borja podría haber enviado para rematar la faena.
Consiguió salir a la calle, tosiendo y con la ropa chamuscada, pero vivo. El atentado había sido brutal, pero la suerte, o quizás su propia resistencia, lo habían salvado. La amenaza de Borja era real y mortal, y ahora Gael entendía la magnitud del peligro que enfrentaba, y el porqué de la lealtad de Vanessa🦋
En un aeropuerto privado de alta gama, Borja Torrente abordaba un jet corporativo. Su rostro reflejaba una satisfacción sombría. El atentado contra Gael había sido un éxito, aunque no de la forma que él esperaba; Gael había sobrevivido, pero eso solo lo convertía en un enemigo más peligroso y, por lo tanto, más fácil de eliminar en el futuro.
El destino: Suiza. Las noticias sobre la creciente inestabilidad financiera de Vanessa Robles, propagadas por sus agentes, habían captado su atención. La distancia física entre ellos no hacía sino alimentar su obsesión.
Mientras el jet surcaba los cielos, Borja repasaba mentalmente sus movimientos. La desestabilización de Vanessa, la eliminación de Gael, la manipulación de la información… todo estaba saliendo según lo planeado.